“Rápidos y furiosos”, la saga Bolivia
La semana que termina se produjo un accidente automovilístico grave en una avenida nueva en una zona residencial de la ciudad de La Paz. Es el cuarto siniestro que ocurre. Estoy seguro de que no es un percance aislado, estos hechos ocurren con frecuencia en las calles de nuestras ciudades. La velocidad es el factor principal en la mayoría de los accidentes.
Conmovido por la gravedad del hecho y preocupado con la situación de los conductores y peatones, me permití, en una red social, sugerir como una solución de corto plazo que se colocarán reductores de velocidad y/o rompemuelles.
Además, conocía el siguiente antecedente. La nueva avenida Francia, en el barrio de Achumani en La Paz, tiene dos partes divididas por un viaducto. En la primera sección de la infraestructura, donde no existe ningún rompemuelles y/o reductor de velocidad, en tres meses se han producido cuatro accidentes. En el otro trayecto, donde sí hay varios reductores de velocidad, no se conocen siniestros. Haciendo una asociación sencilla, esta podría ser otra razón para colocar reductores de velocidad y/o rompemuelles. No conozco en el país estudios que hagan una correlación entre reductores de velocidad y accidentes. Sin embargo, he revisado algunos datos internacionales y en todos los casos, controlando las otras variables que también podrían provocar un siniestro de tránsito, existen evidencias fuertes de una correlación positiva entre reductores de velocidad y menos accidentes en avenidas.
Pensé que se trataba de un tema secundario, y que mi post en Facebook sería anecdótico. Sin embargo, me sorprendió que existe una legión de feroces opositores a los rompemuelles. Para ellos, estos reductores de velocidad son prueba de la ignorancia nacional en materia de manejo de vehículos, símbolo del país tranca, muestra del salvajismo automovilístico y otras cosas peores. No sabía que el tema despertaba pasiones parecidas a los debates sobre el dióxido de cloro o el gobierno de Evo Morales.
A continuación, resumiré los principales argumentos del movimiento anti rompemuelles (MAR).
Una línea de argumentación es que estas soluciones de cemento no funcionan. Hay muchos en las calles de Bolivia, la mayoría están mal mantenidos, no tienen pintura. Es decir, no evitan los accidentes y las muertes. En rigor, las tragedias de tránsito serían un problema de fondo: la falta de educación vial. Para los más radicales, por las calles de nuestro país, disfrazados de conductores y peatones, circulan disidencias de los Neandertales, algunos inclusive alcoholizados.
Obviamente todos los programas de educación vial, que se hicieron en los últimos años en Bolivia, no sirvieron para nada. Por ejemplo, el programa de las cebras en la ciudad de La Paz, sería un bonito programa de generar empleos, pero no tuvo ningún impacto sobre la educación en el tránsito de la gente. Los abogados de la educación vial señalan, que, a pesar de toda la regulación estatal sobre el tema, los infractores paran en doble vía, corren como locos, caminan sin distinguir entre calzadas y aceras, y no respetan el semáforo. Creen que están en la zaga local de las películas “Rápidos y furiosos” The Bolivian Case. Sin educación, no hay solución.
Sin duda, diagnóstico y propuesta correcta. En realidad, esta aproximación es válida, para cualquier desafío del desarrollo. Para que la violencia en nuestras ciudades disminuya, aumente la productividad de nuestras empresas, mejore el servicio público y exista menos pobreza también se debe mejorar la educación. Un desafío de largo plazo que puede tomar generaciones implementarlo. ¿Mientras tanto qué hacemos para resolver problemas concretos de pobreza y de tránsito?
Otros se oponen a los rompemuelles y/o reductores porque estos serían ineficientes en la circulación de los automóviles, hacen que nuestras ciudades sean lentas y que las personas tomen demasiado tiempo en llegar a sus trabajos y hogares, bloquean el libre tránsito de los automóviles, destruirían los amortiguadores y frenos de los carros, y producirían chichones en los acompañantes sin cinturón. Para bajar de El Alto, por ejemplo, por la avenida Costanera, existen 27 de estos intrusos en la libre circulación. Las jorobas en las calles son resultado del populismo aplicado a nivel urbano. Lo que se requiere es libre tránsito de automóviles. En el mercado: laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même (dejen hacer y dejen pasar, el mundo va solo). En las calles, dejar pasar y dejar correr que el mundo es de los automóviles.
También están los institucionalistas. Estos sostienen que en las grandes ciudades del primer mundo no hay rompemuelles de ningún tipo y que eso es signo de modernidad y civilización. Y que esto se debe en gran medida a la institucionalidad. Nadie compra licencia de conducir, tampoco salen borrachos a manejar porque las multas son muy grandes o, por último, hay gente civilizada en las calles. Aquí circulan una tropa de adolescentes irresponsables, energúmenos al volante y choferes del transporte público abusivos.
En suma, si hubiera un municipio fuerte, policías incorruptibles, pruebas de conducir rigurosas, controles adecuados, ciudadanos disidentes y autoridades que hagan cumplir la ley no se necesitarían, elementos externos para controlar el tránsito en las ciudades.
En esta línea, además de educación e institucionalidad, se debe contar con tecnología: radares, cámaras, señalización moderna y efectiva y otros elementos. Nuevamente preocupaciones sensatas y tanto deseos como propuestas son algunas loables y otras prejuiciosas, pero que, en la realidad boliviana, no se han implementado o no han funcionado completamente. Varias ciudades grandes han aplicado este tipo de políticas e inversiones. Sin duda, el tema de los rompemuelles también coloca en conflicto la efectividad y prontitud de las políticas públicas y las soluciones estructurales y de largo plazo.
Como en muchos temas de las políticas públicas, los debates tienden a concentrarse en los instrumentos y no en los objetivos. Entonces, la discusión se condensa en estar a favor o contra los rompemuelles. Es decir, las soluciones se concentran en los instrumentos y no en las metas. Tal vez, una forma de superar estas trampas que enfrentan los cruzados cibernéticos, sería preguntarnos en qué tipo de ciudades queremos vivir. Es decir, comenzar a pensar los problemas de nuestras ciudades a partir de objetivos colectivos.
¿Cómo hacemos que nuestros espacios urbanos sean más amigables, solidarios, menos contaminados? ¿Cómo hacemos que nuestras calles sean más centradas en las personas y no así en las fábricas o los automóviles? ¿Cómo adoptamos un urbanismo táctico y humano? ¿Cómo conectamos ciudades más solidarias con un transporte público decente?
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.