Sueños aplastados
Hasta hace más o menos una década, “salir profesional” era el objetivo de vida de la mayoría de los bolivianos.
La lógica era tan abrumadora, que no admitía discusión: el título profesional servía para conseguir trabajo y, teniendo uno, era posible sostener una familia.
Y mientras el objetivo del “cartón” era menos complicado en las capitales de Departamento, donde existen universidades públicas, se hacía más lejano en las provincias donde la mayoría de la gente no tiene un título, pero anhela que sus hijos alcancen uno.
Haciendo sacrificios económicos, los padres del área dispersa mandan a sus hijos a las capitales, para que estudien una carrera. Estos suelen alquilar una pieza barata y sobrellevan los cinco años que representan conseguir una licenciatura. A algunos les toma un poco más de tiempo pero, como eso representa seguir en la ciudad, y continuar invirtiendo en comida y alquileres, la mayoría de los estudiantes que provienen de fuera de las ciudades se esfuerza por concluir su carrera lo más pronto posible.
Pero este cuadro idílico, y a veces conmovedor, suele chocar con la realidad que ahora se encuentra en las universidades. Hoy en día, los dirigentes se han convertido en dueños de vidas y haciendas porque las autoridades académicas lo permiten en el marco del decantado “co-gobierno”. Un porcentaje de la matrícula universitaria está destinado a la Federación Universitaria Local (FUL) y otro tanto a las direcciones estudiantiles intermedias, pero eso no es todo. Dentro de las universidades existe un sistema de chantajes que se aplica primero a quienes gozan de beneficios como becas, comedor e internado.
Los estudiantes del interior, y particularmente los del área dispersa, son los que buscan esos beneficios, para reducir los costos de su estudio; pero, cuando los consiguen, tienen que hacer muchas cosas para mantenerlas. Una de ellas es asistir a las asambleas que son convocadas por los dirigentes.
Así, obligados, muchos asistieron a la asamblea que fue convocada por el comité electoral de la FUL potosina para el 9 de mayo. Los que no tienen becas, fueron amenazados con notas de reprobación en algunas materias o con el pago de multas que oscilaron entre 50 y 100 bolivianos. Lo que ocurrió ese fatídico día es de conocimiento general: cuatro universitarias murieron aplastadas y unas 86 personas resultaron heridas.
Entre las fallecidas estaba una estudiante de Cotagaita, que dejó huérfana a una niña de menos de un año. Pero no sólo sus sueños fueron truncados, sino de las otras tres víctimas. En el resto de las universidades, la mayoría de los estudiantes se enteró de que su principal dirigente tiene 52 años y gana un sueldo superior a 20.000 bolivianos. No se esfuerza por salir de la U, sino todo lo contrario: se queda adrede y vive de eso. ¿De qué sirve, entonces, estudiar?
Es más… con el nuevo modelo de Estado administrado por el MAS, el título profesional ya no sirve para nada porque, para tener un cargo público, no hay que estudiar, sino chupar medias en el partido gobernante.
La realidad no sólo trunca los sueños de todos los bachilleres sino que los aplasta, igual que a las cuatro víctimas del partidismo universitario.
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA