El gran maestro Bocelli y el privilegio de nuestra generación
Aunque me estaba antojando opinar sobre el repugnante espectáculo que la Asamblea Legislativa viene poniendo en escena estos días (en realidad la clase política, pues muchos de ellos son simplemente burdas marionetas de otros nefastos personajes), escojo algo muchísimo más grato: me refiero al espectáculo —en el cabal sentido de la palabra— brindado en la edición 2024 del Festival Viña del Mar por el, a mi juicio, más grande de todos los tiempos: el gran maestro Italiano Andrea Bocelli.
Me declaro gratamente sorprendido. No por el conciertazo que brindó ni por el arte del gran maestro (colega abogado, además), sino por las repercusiones que en las redes sociales esa obra de arte brindada el pasado lunes está teniendo, despertando, ojalá, el interés por la música clásica y el bel canto, usualmente reservado para algunos (entre los que me incluyo) amantes de esos géneros como que muy “finolis” (según algunos) o no muy populares. Aunque al oído y a la vista de tamaño espectáculo como el recién gozado y amplificado significativamente por las redes sociales, se prueba una vez su universalidad y generalidad, además de su belleza, por supuesto.
En el caso del conciertazo del lunes, todo fue perfecto: obviamente el desempeño del gran maestro Bocelli, los temas interpretados, la fabulosa Orquesta Metropolitana de Santiago (con nada menos que 114 artistas), el director Steven Mercurio (un espectáculo aparte) y la puesta en escena con danza y refuerzos incluidos, además de su hijo Mateo Bocelli, que tiene lo suyo. Sencillamente mágico y sublime.
Pero, volviendo a mi grata sorpresa, hoy en día, el poder de las redes es sencillamente fabuloso. En vivo y en directo y luego en diferido por las múltiples plataformas, ese espectáculo de gran calibre puede ser disfrutado por miles de millones de habitantes de la aldea global las veces que uno desee gozar; luego surgen las historias y repercusiones de la preparación, el back stage y hasta las anécdotas —en el caso— de su perro guía Ginebra y así sucesivamente.
La cobertura desde todos los ángulos y para todos los gustos es abundante y una vez siento y declaro lo grato que es ser ciudadano del mundo, de nuestra aldea global. Un privilegio de nuestra generación que gracias a la maravilla del vertiginoso desarrollo tecnológico podemos deleitarnos. Definitivamente somos una generación privilegiada, pues tenemos a nuestro alcance, en la televisión o desde nuestro celular a cualquier lugar del mundo, a espectáculos del calibre como el que nos ocupa y el San Google puede informarnos respecto de cualquier detalle que despierte nuestra curiosidad.
Lo mismo ocurre en cualquier otro arte o ciencia. El mundo está sencillamente en nuestros teléfonos inteligentes, nuestra computadora o televisión y, con ello, la música u otras artes, las ciencias, el deporte u otros bienes, toda la creación humana incluyendo naturalmente lo bueno, como lo contrario.
Celebro formar parte de esta generación privilegiada y esta semana escojo opinar sobre lo grato que resulta ese beneficio en medio de todo lo desagradable que está siendo esta debacle del Estado Plurinacional con todas sus secuelas que, sensiblemente, las sufrimos todos, pese a la sinvergüenzura de sus causantes que parecen querer convencerse de lo contrario, aunque la cotidianeidad prueba más allá de toda duda razonable, la cruda realidad. Pese a todo, diremos con Marco Aurelio: “Acuérdate de la belleza de la vida. Mira las estrellas y mírate a ti mismo corriendo con ellas”.
El autor es abogado
Columnas de ARTURO YÁÑEZ CORTÉS