Grandes y pequeñas reformas
Desde que los militares dejaron de alternarse con los civiles en el mando del país, seis presidentes han sido elegidos ya en las urnas, ya en el Parlamento y otros dos han ejercido interinatos como resultado de crisis muy profundas que, sin embargo, no abrieron espacio al retorno de los uniformados.
Curiosamente, el momento en que mayor espacio y poder han recuperado éstos es durante la vigencia de este Gobierno, el investido con mayor legitimidad y fuerza desde el día en que se fundara la república.
Cada uno de los presidentes elegidos en el curso de estos 34 años llegó con su propuesta de transformaciones, más o menos ambiciosa, pero todas preñadas de un anhelo de dejar su propia marca en la historia. Desde el “cambio total”, prometido en 1985, que se encarnó en el decreto más célebre de todos –aquel 21060 que se impuso por encima de la propia Constitución-- a la “revolución cultural y democrática” que rige desde hace 10 años. Ninguno ha dejado de empeñarse en que los recordemos de alguna o de todas maneras.
Muchas cosas se han hecho y otras tantas se han dejado de hacer; podemos asociar ciertas realizaciones y determinadas omisiones con tal o cual administración, pero en este aniversario de la recuperación democrática del país es posible apreciar que todos los Gobiernos, obsesionados por hacer lo enorme, lo destacado, lo perdurable, van dejando a sus espaldas muchas pequeñas transformaciones pendientes, que son las que pueden hacer la diferencia en cuanto a alivianar el peso de la vida y sus cotidianas miserias.
Pienso, cuando me refiero a las cosas “menores”, que todos postergan y que al final ninguno resuelve en la situación de verdadera calamidad que enfrentamos en materia de precios y disponibilidad de medicamentos. Los avances en materia de hacer retroceder la pobreza están conveniente y ampliamente acreditados, pero de todas maneras mantenemos una de las poblaciones con menores ingresos de todo el continente y de las castigadas con los precios más altos de medicamentos de toda la región.
La aparición y extensión de redes de farmacias no ha aplacado esa situación de desventaja, sino que parece subrayarla, porque, quizás, la supuesta “mayor competencia” apaña pactos y acuerdos que, como se ha descubierto en Chile recientemente, permiten mantener y garantizar elevados precios que se descargan implacablemente sobre los consumidores.
Esta agresión contra pacientes, clientes y consumidores, mantenida y empeorada en la época del lenguaje oficial más antimonopólico y antiespeculativo del que tengamos memoria, resulta todavía más seria cuando periódicamente comprobamos la facilidad con que todas las farmacias, grandes o pequeñas, aparecen desabastecidas de medicamentos de uso frecuente, que pueden perderse de los anaqueles por semanas o meses.
Esto no se resolverá ciertamente con ninguna campaña de algún voluntarioso viceministro ávido de titulares. Requiere una política e instrumentos inexistentes, que enfrenten con seriedad el comportamiento de una industria que es ultrapoderosa, implacable y carente de escrúpulos.
Otro ejemplo de cómo la obsesión por las obras gigantescas (y con seguridad de los igualmente grandes y sustanciosos negocios) descuida los detalles que pueden hacer la vida de todos más amable y vivible, es la indiferencia con que se atiende y trata la maraña administrativa de hospitales y consultorios de salud, donde, desde la entrega de fichas de atención, la asignación de turnos y camas se convierte en motivo de exacción a los pacientes y sus familias.
La feroz pelea por el control de una de las cajas de salud, en Santa Cruz, es una pequeña muestra de lo que se disputa en esos túneles y subterráneos del poder.
Y para terminar con estos apuntes sobre cómo y por qué la vida en democracia sigue siendo más difícil y amarga de lo que puede y tiene que ser, paso de la salud a la nutrición, y río desconsolado al ver que al mismo tiempo que se quejan porque tenemos una enorme reserva de leche -que sirve para pagar pero a los productores- nos siguen subiendo los precios de los lácteos y esquilmándonos abiertamente al disminuir la capacidad de los envases, mililitro a mililitro y gramo a gramo, como disminuye la paciencia y la ilusión de los electores.
El autor es investigador y director del Instituto Alternativo.
Columnas de RÓGER CORTEZ HURTADO