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<p> Hoy quiero contarles un cuento. Es una fábula del vallegrandino Manuel Vargas, “El sueño del picaflor”, publicada por la editorial con el nombre más bonito del mundo: Correveidile.</p> <p> Lorenzo, el picaflor, sufre por el zorro que le roba sus ovejas. Doña Flor, su madre, primero le riñe, luego, a tanto descuido, lo agarra a picotazos, lo persigue con chicote y finalmente lo desanima: “No pienses, Lorencito; sólo cuida tus ovejas. Los poderosos dominan el mundo. Nosotros los pobres sólo tenemos que trabajar callados en lugar de pensar”.</p> <p> El picaflor se deprime, abandona su casa y, en medio de su desgracia, aparece un conejo que le sugiere pedirle a la Gran Nube. Él sigue su consejo, parece que sin fe.</p> <p> Después se encuentra con una hormiga y con otra, como ella, que se siente discriminada por “negra”. Lorenzo va a parar a su hormiguero y nota que las habitantes del lugar no sólo eran trabajadoras, sino también discutidoras. Ahí les dice a las hormigas que él quiere ser como ellas. Pero las hormigas le recuerdan que ha nacido para volar y ser libre, y le revelan que si quiere vencer al zorro debe andar acompañado por otros pájaros.</p> <p> Entonces, el picaflor desobedece a su madre —que le había enseñado a no pensar, sólo a trabajar—, planteándose la injusticia de que solo él tuviera alas y no las hormigas. “Iré a buscar alas para todos. Volando encontraremos la libertad”. Deja a sus ovejas al cuidado de las hormigas y se topa con el zorro, pero esta vez lo engaña diciéndole que ya no tiene más ovejas, que se las robaron unos ladrones.</p> <p> Estaba feliz por su pequeño triunfo cuando un cóndor viejo le abre los ojos. Le dice que hay hormigas con alas porque luchan para tenerlas y que otros animales las tienen, igual que ellas, pero invisibles. “Todo es cuestión de combatir y no desanimarse”, le enseñó el cóndor Mallku. Con sus nuevos conocimientos de la vida, Lorenzo volvió al hormiguero y lo encontró devastado. Ni rastros de hormigas, ni de ovejas, ni de nada.</p> <p> Sumido otra vez en la tristeza hace un nuevo amigo, otro picaflor, el Q’enti. Con él hallan a la “negra” de las hormigas; estaba herida. Ella les cuenta que el hormiguero había sido arrasado por alacranes, víboras y escalopendras, algo que el Q’enti califica de “injusto”. Para la hormiga, “no quieren que seamos libres. No quieren que abramos los ojos”.</p> <p> Pasados los días Doña Flor, arrepentida de los picotazos, el chicote, decide salir en busca de su hijo. Va acompañada del burro Ambrosio y de un perro ch’api y, preguntando, preguntando, da con él, que a su vez sigue acompañado del Q’enti y de la hormiga discriminada. Mientras celebraban el reencuentro vieron al zorro y allí cerca, a las ovejas. Quién sabe por la acción silenciosa de la Gran Nube, hicieron espíritu de cuerpo y ahuyentaron al astuto animal. Felices, se entregaron al himno: “Cuidado, zorro, ahora somos fuertes / Cuidado, zorro, ahora somos hartos / ¡Cuidado, cuidado, cuidado!”.</p> <p> De retorno a casa, la hormiga advierte a los demás que cuidado les pase como a sus hermanas, que de tanto celebrar una pequeña victoria lo perdieron todo. Volvían contentos y la advertencia se hizo realidad: atrapados por la noche, oyen el aullido de zorros; creen que también se han unido, como ellos. Se proponen convocar a “todos los animales del mundo, a todos los que están contra los ladrones, los venenosos, los egoístas”.</p> <p> Y así lo hicieron. Tanta era la confianza, el optimismo de la gran variedad de animales unidos contra la amenaza de los malos zorros, que —dice Vargas— “comenzaron a nacer alas de todos los cuerpos sin alas”.</p> <p> Esta fábula tiene 36 años y, como todas, no ha perdido vigencia. Ustedes pueden hacer como yo: traerla a este tiempo y no sólo trabajar, sino pensar en cómo luchar por la libertad contra los que abusan de su condición de poderosos.</p> <p> </p> <p> <em><strong>El autor es periodista y escritor.</strong></em></p>
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<p> Hoy quiero contarles un cuento. Es una fábula del vallegrandino Manuel Vargas, “El sueño del picaflor”, publicada por la editorial con el nombre más bonito del mundo: Correveidile.</p> <p> Lorenzo, el picaflor, sufre por el zorro que le roba sus ovejas. Doña Flor, su madre, primero le riñe, luego, a tanto descuido, lo agarra a picotazos, lo persigue con chicote y finalmente lo desanima: “No pienses, Lorencito; sólo cuida tus ovejas. Los poderosos dominan el mundo. Nosotros los pobres sólo tenemos que trabajar callados en lugar de pensar”.</p> <p> El picaflor se deprime, abandona su casa y, en medio de su desgracia, aparece un conejo que le sugiere pedirle a la Gran Nube. Él sigue su consejo, parece que sin fe.</p> <p> Después se encuentra con una hormiga y con otra, como ella, que se siente discriminada por “negra”. Lorenzo va a parar a su hormiguero y nota que las habitantes del lugar no sólo eran trabajadoras, sino también discutidoras. Ahí les dice a las hormigas que él quiere ser como ellas. Pero las hormigas le recuerdan que ha nacido para volar y ser libre, y le revelan que si quiere vencer al zorro debe andar acompañado por otros pájaros.</p> <p> Entonces, el picaflor desobedece a su madre —que le había enseñado a no pensar, sólo a trabajar—, planteándose la injusticia de que solo él tuviera alas y no las hormigas. “Iré a buscar alas para todos. Volando encontraremos la libertad”. Deja a sus ovejas al cuidado de las hormigas y se topa con el zorro, pero esta vez lo engaña diciéndole que ya no tiene más ovejas, que se las robaron unos ladrones.</p> <p> Estaba feliz por su pequeño triunfo cuando un cóndor viejo le abre los ojos. Le dice que hay hormigas con alas porque luchan para tenerlas y que otros animales las tienen, igual que ellas, pero invisibles. “Todo es cuestión de combatir y no desanimarse”, le enseñó el cóndor Mallku. Con sus nuevos conocimientos de la vida, Lorenzo volvió al hormiguero y lo encontró devastado. Ni rastros de hormigas, ni de ovejas, ni de nada.</p> <p> Sumido otra vez en la tristeza hace un nuevo amigo, otro picaflor, el Q’enti. Con él hallan a la “negra” de las hormigas; estaba herida. Ella les cuenta que el hormiguero había sido arrasado por alacranes, víboras y escalopendras, algo que el Q’enti califica de “injusto”. Para la hormiga, “no quieren que seamos libres. No quieren que abramos los ojos”.</p> <p> Pasados los días Doña Flor, arrepentida de los picotazos, el chicote, decide salir en busca de su hijo. Va acompañada del burro Ambrosio y de un perro ch’api y, preguntando, preguntando, da con él, que a su vez sigue acompañado del Q’enti y de la hormiga discriminada. Mientras celebraban el reencuentro vieron al zorro y allí cerca, a las ovejas. Quién sabe por la acción silenciosa de la Gran Nube, hicieron espíritu de cuerpo y ahuyentaron al astuto animal. Felices, se entregaron al himno: “Cuidado, zorro, ahora somos fuertes / Cuidado, zorro, ahora somos hartos / ¡Cuidado, cuidado, cuidado!”.</p> <p> De retorno a casa, la hormiga advierte a los demás que cuidado les pase como a sus hermanas, que de tanto celebrar una pequeña victoria lo perdieron todo. Volvían contentos y la advertencia se hizo realidad: atrapados por la noche, oyen el aullido de zorros; creen que también se han unido, como ellos. Se proponen convocar a “todos los animales del mundo, a todos los que están contra los ladrones, los venenosos, los egoístas”.</p> <p> Y así lo hicieron. Tanta era la confianza, el optimismo de la gran variedad de animales unidos contra la amenaza de los malos zorros, que —dice Vargas— “comenzaron a nacer alas de todos los cuerpos sin alas”.</p> <p> Esta fábula tiene 36 años y, como todas, no ha perdido vigencia. Ustedes pueden hacer como yo: traerla a este tiempo y no sólo trabajar, sino pensar en cómo luchar por la libertad contra los que abusan de su condición de poderosos.</p> <p> </p> <p> <em><strong>El autor es periodista y escritor.</strong></em></p>
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