Una persona herida hiere
Vivir en dolor y con heridas abiertas es el denominador común en una sociedad que se deleita en estar amargada y resentida, lo digo porque no es difícil encontrar razones para estar enojado, pesimista o malhumorado, es solo buscar un poquito entre las experiencias negativas vividas en el pasado para amarrarse a ellas y que funjan como la excusa perfecta para seguir tomando malas decisiones y, lo que es peor, mantener una fea actitud hacia la vida que podría ser diferente después del incidente que la marcó.
No se niega el dolor de un abuso físico, verbal, sexual o emocional. Tampoco el lidiar con una enfermedad o tal vez con el abuso constante de un jefe de trabajo, o qué tal si hablamos de la traición… Ella sí que marca una vida, traición de un esposo/a, de un hermano, de un amigo o un socio por el cual perdiste todo incluyendo tu autoestima que fue quebrantada, en fin, experiencias malas que marcan una vida. Todos las hemos tenido, pero no todos decidieron someterlas a un proceso de sanidad para que empiecen a cicatrizar. Algunos piensan que, si hacen eso, estarán olvidando el suceso y ese olvido lo confunden con perdón y lo que no quieren es perdonar.
Si dejan que esa herida cierre sucederán dos cosas: la primera es que la herida ya no estará abierta por tanto, el riesgo de infección o mayor complicación se evade, la cicatriz queda solo comoa una marca de lo sucedido, nadie lo podrá negar, pero lo bueno es que cuando ya está bien cicatrizado, por más de que golpees sobre ella, ya no duele. La ves, pero no la sientes. Y la segunda cosa que pasa es que al permitir que cierre y se seque, ya no demandará nuestra atención, ya no hay dolor, supuración o necesidad de atenderla constantemente, eso hace que el enfoque se oriente en otra dirección y esa dirección la decide la misma persona.
Por favor, no me malinterpreten y piensen que banalizo las situaciones difíciles que vivimos, no digo que esas cosas no son fuertes y realmente no nos drenan emocional, psicológica y, en algunos casos, física y económicamente también, por supuesto que sí. Lo que quiero decir es que si queremos salir de ello y vivir en victoria no podemos dejar esas heridas abiertas porque además de los riesgos que ya mencioné antes como infecciones que pueden llegar a mutilaciones –metafóricamente hablando–, esas heridas se convierten en las excusas perfectas para seguir cometiendo errores y seguir herido.
Una persona herida, hiere.
El pensamiento central de este escrito es centrarnos en que todos pasamos cosas difíciles en la vida, pero llega un tiempo de ver hacia el frente y superarlas. Solos no siempre es fácil hacerlo, necesitamos a alguien que nos acompañe en el proceso, un amigo, un vecino, una empleada, una abuela, cualquier persona que nos brinde un soporte. La aceptación fundamental de la persona como persona por al menos otra persona es un elemento clave de la resiliencia y todos nos construimos en el encuentro, afrontamos la adversidad con elementos que encontramos en el camino y en ese caminar buscar a Dios para que guíe, ayude a sacar las excusas que nos mantienen atados en el pasado y, sobre todo, para que sanen esas heridas para que ya no sigamos hiriendo a otros -Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas (Sal. 17:3)-, porque una persona herida hiere y una persona sana, sana.