El poder hipnótico de las fake news
Se redactan cerca de 500 millones de tuits para el consumo diario de alrededor de 100 millones de usuarios de Twitter. Cada segundo se crean cinco nuevos perfiles en Facebook y cada uno de ellos tiene un promedio de 150 amigos. Todos juntos conforman una comunidad virtual de alrededor de dos mil millones de usuarios. Pero cerca de 90 a 100 millones de los perfiles en esa plataforma son falsos… y la brecha sigue creciendo.
En Instagram se publican un promedio de 46.200 imágenes por minuto; eso quiere decir que cada segundo se publican 770 imágenes, haciendo un total de 66 millones 528 mil imágenes cada 24 horas.
Cada segundo se envían 156 millones de correos electrónicos, aproximadamente. Se miran o descargan cerca de cuatro millones de videos en Youtube y se realizan poco más de cinco millones de búsquedas a través de Google, por día.
Se comparten alrededor de 60 mil millones de datos por Whatsapp cada 24 horas. 38 millones por minuto o, si quieren, 640 mil mensajes por segundo.
En este escenario de altos niveles de conectividad, estamos aplanados de información. De datos. De noticias. De chats. De mensajes. De comentarios. De tuits. De videos. Pero, además, estamos hiperexpuestos. Somos vulnerables. Somos víctimas de una infección moderna: la hiperconectividad, la desinformación y la estigmatización.
Si a esto le sumamos la oferta de diarios digitales, newsletters, suscripciones, revistas digitales, alertas de noticias, blogs, portales, agencias de noticias, Netflix, HBO Go, Amazon Prime… y las llamadas del jefe, del cliente, de la esposa, de la novia, de la corteja… incluso de la suegra, estamos a un céntimo de explotar o que algo nos reviente sobre nuestras cabezas.
Toda esta necesidad apremiante de estar conectados nos conduce a un “mundo líquido” (Baumann). No retenemos nada. La realidad se nos escurre entre nuestros dedos. Nada es para siempre. Nada es eterno, ni nadie es inmortal. Estamos en un pandemónium.
Derribamos ídolos cada segundo. Para bien o para mal, lo hacemos. Matamos a nuestros propios líderes, para bien o para mal, cada minuto. Nuestra cacha de pistola virtual está atiborrada de muescas de todos los ataques, denostaciones, agresiones y acciones de bullying que hemos hecho, que hacemos o que vamos a hacer, una vez que tenemos a nuestra victima identificada.
Pero no contentos con todo ello. Nos inventamos. Mentimos. Peor aún, nos mentimos. Construimos realidades alternativas alternative facts, (Kellyannne Conway, a propósito de la toma de juramento de Donald Trump). Torcemos verdades, hiperinflacionamos mentiras en base a simples verdades o, si quieren, inflacionamos medias verdades para convertirlas en grandes mentiras.
Construimos fake news. Incluso cuando hablamos de una fake news o la criticamos o la negamos… ya somos parte de esa fake news… Ya somos parte de ese lodo. ¡¡¡Y sin darnos cuenta ya estamos embarrados!!!
Daniel Ivoskus, experto en comunicación política, en su último libro “Mentirosamente. Cómo destruir combatir fakenews”, esgrime que son: “poderosos bisturíes que van disecando el tejido social, sembrando cizaña en los productivos campos de la información y sus recursos son inagotables”. En medio de este anatema farragoso, ¿cómo es posible, fidedignamente, incluso, genuinamente, combatir contra las fake news? Estamos intoxicados. ¿Qué hacemos? Dudar. Siempre dudar.
El autor es comunicador
Más artículos sobre el tema:
Luchar contra la desinformación Constantino Rojas Burgos
Desinformación y redes sociales en la política Diego Rojas Castro
¿Internet está cambiando nuestro lenguaje? Javier Medrano
Astroturfing o el arte de mentir en las redes sociales Javier Medrano
Columnas de JAVIER MEDRANO