De “indios”, “blancos” y “mestizos”
Lacerante verdad. América Latina (¿y qué lugar del orbe no lo está?) está fundada sobre el encuentro de varios “mundos” que significó el sometimiento, la esclavización y el genocidio de pueblos diversos. Nuestras formaciones sociales no son hijas del amor o del deseo, sino del abuso y la violación. En consecuencia, arrastramos un pasado que –recuerda Gonzalo Vásquez– duele en cada herida.
Ello se tatúa en el devenir. Los Estados latinoamericanos replicaron y fortalecieron hondas asimetrías coloniales que todavía nos catapultan como la región más desigual del mundo. Así, es cotidiano el contraste entre el lujo de enormes urbes con los barrios periurbanos que las circundan (villas, favelas, callampas), sigue siendo habitual la etnificación de roles sociales o arrecia el abismo que hay entre los centros políticos y el resto de entidades territoriales en países profundamente centralistas, corruptos y autoritarios. Entonces, no es de extrañar que América Latina continúe siendo una región dolorosamente convulsa. Y en la que siempre emerja –testaruda- la esperanza de la rebeldía.
Lo “negro”, lo “indio” y lo “blanco” reza más de una canción de la música latinoamericana, consagrando en redentora poesía el vehemente mestizaje del cual venimos. También la literatura de América Latina supo dibujar magistralmente el resultado de ese revoltijo de raíces en personajes y paisajes de tan sorprendente complejidad que no quedó otra que crear nuevos géneros literarios: el realismo maravilloso y el realismo mágico. Eso denota la misteriosa dualidad que parece ceñir a todo lo que existe, incluyendo a la historia: es frecuente que florezcan las flores más hermosas en medio del fango.
Lo extravagante es que en pleno Siglo XXI, y a pesar de que las evidencias científicas hoy desvirtúan las teorías racistas, perviva el repudio al mestizaje como si hubiéramos quedado atrapados en trasnochadas ideas que naturalizaron las injusticias e iniquidades. En ese sentido, en Bolivia últimamente pululan dos tipos de racistas: Los Trump criollos que evocan el “apartheid” racista colonial-decimonónico y, al otro borde del espectro, los que amparan conductas reprochables en esencialismos étnicos igual de racistas.
Esto se manifiesta con creces en relación a la figura de Evo Morales y más aún en periodo proselitista.
Por un lado, abundan los que condenan el supuesto origen étnico del Presidente, aquellos que conciben la palabra “indio” cual insulto, tal vez añorando los tiempos en los que las personas de origen indígena sólo eran aceptadas para servir a la “gente bien” y donde era habitual andar sopesando “sangres”, rasgos físicos, colores de piel, árboles genealógicos y apellidos en miras a autosegmentarse, muy convenientemente, en castas dominantes.
Por otro, están las expresiones del racismo al revés, o quienes defienden lo indefendible, se bancan gestiones públicas tan viciadas, improvisadas y corruptas como los gobiernos del pasado y/o se tragan el constante y cínico abuso de poder solamente porque el Presidente se proclama como “indio”. Y no faltan los enarbolados del “cambio” que se deslumbran con pretensiones aristocráticas cuando se desgañitan en “demostrar” que Morales poco más ostenta el “linaje” de “Inca”, insistiendo en ritos con tufillo monárquico para potenciar la imagen del caudillo en el marco de su “pureza” indígena.
En todos los casos, y paradójicamente a la usanza de Alcides Arguedas, el mestizo, el híbrido, el cholo, el mezcladito, lleva la peor parte. Pero, ¿acaso es posible escapar de uno mismo?
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA