Mi sala es Quinto C
Mi casa dejó de tener living, comedor y sala. Ahora es Primero A, Tercero B y Quinto C. Esto lo leí en algún meme que me llegó por Facebook y no pude contener la risa.
En mi caso, habría que aumentarle dos oficinas más: la de mi esposa, que dicta clases virtuales en el mezzanine, y la mía, para mi trabajo de periodista. Cinco terminales trabajando al mismo tiempo, cinco personas peleando por wifi y espacios en la casa.
Por eso cuando un compañero hablaba de la importancia de tener el ambiente adecuado para estudios, no pude evitar sonreír. Sonaba a lujo.
Mientras me encierro en el escritorio, mi hija ocupa la sala para educación física, con uniforme incluido; el mayor ya se parapetó en su cuarto, y el pequeño batalla en el comedor con ayuda de una abuela que apenas puede achuntar a la tecla de encender micrófono.
Y debería sentirme afortunado, pues sé que hay hogares que no pueden acceder a celulares, hermanitos que se turnan para pasar clases, y chicos que “manguean” el aparatejo a su madre, mientras ella vende en la calle (hasta se escuchan las voces “¿qué vas a comprar, caserita?”).
El pasado lunes, al pasar por Quinto C (la sala), escuchaba a la profesora de Educación Física arengando a los estudiantes: “Vargas, enciende tu cámara”; “Vargas, ¿por qué no estás con uniforme?”, “Vargas, haz el ejercicio”. Una voz tímida del otro lado responde: “No puedo profe, estoy en la calle”. “No importa, haz el ejercicio”. ¿Me dejo entender?
Por eso, no me sorprende que haya padres que presionen para reabrir los colegios. La pregunta es: ¿Estamos preparados? ¿Cómo garantizamos la bioseguridad de nuestros hijos? ¿Tendremos valor para enviarlos a una potencial fuente de contagio? No me pidan la solución porque no la tengo, y parece que el Gobierno tampoco. Nunca tuvo una respuesta.
Ahora, permisito, me voy a tomar un café antes de que la cocina se vuelva Sexto B.
El autor es periodista
Columnas de LUIS FERNANDO AVENDAÑO