El poder, sus dueños y sus polillas
Nada más sabroso que una narrativa sobre cómo, vistos desde abajo, grandes personajes dominan y son dominados por el poder, y cómo al mismo tiempo, vistas desde arriba, incontables polillas revolotean en torno al poder sin hacer otra cosa que quemarse a la vista de todos.
Los casi ochenta Testimonios indiscretos presentados por Carlos Carrasco en su último libro cumplen esta delicada misión con mucho mérito. El autor es un conocedor de las grandezas y miserias humanas, tanto en clave de tragedia como de comedia o farsa. El poder detrás del espejo es el enigmático subtítulo que se intenta descifrar al final de esta reseña.
Durante el curso de una larga y muy bien lograda vida, el autor tuvo sostuvo relaciones personales con más de sesenta grandes personajes de la política mundial y casi veinte actores de nuestra política interna. Así lo demuestran una abundancia de fotografías y dedicatorias.
En la parte consagrada a nuestro país desfilan en primer lugar los cuatro grandes protagonistas de la Revolución Nacional de 1952. Los siguen los numerosos epígonos militares y civiles que, sin querer queriendo, se han desempeñado con mayor o menor éxito de este lado del más grande divisor de las agitadas aguas de la historia política boliviana.
No quedan fuera de la lupa de Carrasco ni las dos únicas mujeres que hasta el momento han llegado a la presidencia de la República, ni el único hombre que a título de rey de los cocaleros y señor de los indígenas ocupó el sillón presidencial por más tiempo que nadie desde la fundación de la República.
Es una narrativa vestida de carne y hueso, de pasión y de micción, de anécdotas reveladoras y de calificaciones precisas y divertidas sobre cada uno de los diferentes actores. Un par de ejemplos puede despertar el apetito de los lectores. Si desean más detalles tendrán que adquirir los relatos completos en Amazon.
El testimonio de Carrasco recuerda sobre Paz Estenssoro que en su primer período de 1952 a 1956 cada mañana ingresaba al despacho presidencial “primero el lustra-botas, después su médico personal (Dr. Ismael Morales Pareja), el director de Informaciones Jacobo Libermann, el secretario privado Carlos Serrate Reich y el director de ceremonial Carlos Antonio Carrasco”.
Añade que luego venía “el jefe de la Casa Militar y por último, a solas, el jefe de Control Político Claudio San Román, munido del legajo con las recientes transcripciones de las intercepciones telefónicas recopiladas el día anterior.” No dice que Paz también se reunía con destacados asesores y muy competentes ministros.
Carrasco observa que el presidente Hernán Siles Zuazo era un “ágrafo sensacional, incapaz de redactar hasta un telegrama,” pero que fue un “genial constructor de alianzas políticas,” capaz como ninguno de amalgamar elementos opuestos. Nos cuenta su proximidad y su distanciamiento de este famoso operador.
Sobre Juan Lechín Oquendo anota que “su frecuente sonrisa delataba sus grandes dientes lepóridos y mostacho a la italiana, es decir una composición facial que junto a su pausado hablar, seducía a las mujeres y convencía a los varones”.
Lo despide con el siguiente epitafio: “seguido por las masas obreras durante más de medio siglo, hostigado por las derechas, tolerado por la izquierda radical, su legado continuará siendo motivo de controversia, pero su simpatía perdurará entre sus amigos y feligreses”.
El 1° de noviembre de 1979 el coronel Alberto Natusch Busch, instigado por varios políticos, derrocó al presidente Walter Guevara Arze con un sangriento golpe militar. El Congreso en el que Carrasco dirigía una bancada definitoria tuvo que buscar una solución pacífica. Lo hizo a la sombra de varios militares sentados de igual a igual en el Senado Nacional.
Los 15 días de resistencia clandestina del depuesto presidente Guevara y su gabinete obligaron al golpista a renunciar. Esa resistencia no fue suficiente para derrotar al poder militar detrás del golpe ni a la conjura civil que lo propició. Ni esto ni el papel de Víctor Paz como promotor del golpe aparecen en esta crónica, tal vez porque el autor no se comprometió con esa conspiración.
Carrasco anota que “una aritmética básica de los 79 votos requeridos situó en el fiel de la balanza al MNRI-1 de mi tutela, con sus escasos 12 votos. Decidimos, entonces, apoyar resueltamente a Lydia Gueiler Tejada que finalmente fue elegida”. El Congreso terminó aceptando la artera transacción propuesta por los militares y los titiriteros que los impulsaron al golpe: “ni Natusch ni Guevara”.
Bajo esa consigna los golpistas evitaron rendir cuentas. Su poder quedó intacto. El camino les quedó abierto para que el 17 de julio del siguiente año de 1980 la presidenta Lydia Gueiler Tejada fuera depuesta de una manera todavía más sangrienta por su propio comandante de las Fuerzas Armadas general Luis García Mesa Tejada.
En ese momento Carrasco era el ministro de Educación y Cultura de la presidenta Gueiler. Relata cómo la ayudó a escapar por el techo del Palacio después de haber sido encañonado en el vientre por el matón “Mosca” Monroy. “El edecán Cap. García se interpuso decididamente y me salvó”, recuerda.
Se salvó y salvó a la Presidenta, pero la bota militar se asentó por dos años más sobre la naciente democracia representada por el gobierno de Guevara, el hombre que había propuesto la democracia representativa desde 1946 en el Manifiesto de Ayopaya y la defendió hasta el final de su vida.
Carrasco recuerda los pormenores picarescos de una cena ofrecida a la presidenta Lydia Gueiler por su primo el general García Mesa poco antes del golpe. Intervienen en la charla no solamente el General y la Presidenta, sino también la esposa del General, que toma la palabra sobre un tema de huevos.
Carrasco relata que “en 1989, como candidato a la vicepresidencia Walter Guevara Arze ganó la primera mayoría junto a Gonzalo Sánchez de Lozada, victoria electoral que les fue arrebatada por un mago otomano que inventó la fórmula del ‘triple empate’ aprovechando un agujero constitucional, lo que posibilitó el triunfo de Jaime Paz Zamora…”.
Cada semblanza contiene dos personajes superpuestos. Uno es el objeto de la semblanza. El otro es el sujeto narrador. Este último se destaca como un límpido espejo sobre el cual se reflejan los afanes de poder de grandes y pequeños actores, incluyendo los propios bien encaminados impulsos del autor.
Jóvenes, no se lo pierdan. Tiene un gran valor educativo.
El autor practica análisis de ideas
Columnas de WALTER GUEVARA ANAYA