Hemos caído en una trampa
Los cruceños estamos sacándonos los ojos, con ira, como jamás había sucedido antes, porque siempre habíamos sido un ejemplo de unidad. Todo porque estamos siendo víctimas de una Bolivia sin respeto a la ley o con leyes amañadas, que solamente obedecen a los dictados de este Gobierno ambicioso e irresponsable, que maneja la justicia a su gusto, como un arma letal para amedrentar o ejecutar a sus adversarios.
En tiempos de normalidad institucional, de respeto a la Constitución, todos los ciudadanos habríamos estado de acuerdo con que asumiera como titular de la Gobernación, el actual vicegobernador Mario Aguilera, en caso de que Luis Fernando Camacho hubiera tenido que dejar el cargo por alguna de las razones que señalan nuestras leyes. Eso está fuera de toda discusión porque es lo legal, lo democrático. Santa Cruz no estaría transitando por este camino que causa bochorno.
Sin embargo, cambia la situación, se prostituye el ambiente, cuando los esbirros del Ministerio de Gobierno, obedeciendo al poder central, emboscan con armas de fuego y secuestran al gobernador cruceño bajo absurdas acusaciones, con el único afán de tomarse la revancha por los acontecimientos de noviembre del 2019, tal como lo han hecho con la expresidente Jeanine Áñez. Esto tiene un solo nombre: venganza.
Si lo hecho contra Jeanine Áñez ha sido un abuso inconcebible al sistema de derecho, lo de Luis Fernando Camacho, ha sido, además de un atropello constitucional, un agravio al pueblo cruceño, a Santa Cruz entera. Secuestrar al gobernador, trasladarlo inmediatamente a La Paz en un helicóptero, y llevarlo a la prisión de alta seguridad de Chonchocoro, sin juicio alguno, es algo imperdonable. No hay que ser un chauvinista camba para deplorar lo que hizo el Gobierno y tenemos que coincidir en que, si no sucedía esa torpeza, en estos momentos existiría normalidad en Santa Cruz y por tanto también en el país, que, en vísperas del censo, de las elecciones judiciales y de los comicios presidenciales, ha empezado a inquietarse vivamente por los graves sucesos cruceños.
Cínicamente, las autoridades gubernamentales se rasgan las vestiduras, implorando que se respete la ley en el entuerto de la Gobernación cruceña, cuando ellos mismos saben que esa disposición la dicta el sometido Tribunal Constitucional conformado por aquellos corruptos vergonzosamente prorrogados, que ya cesaron en funciones hace diez días y que han decidido atornillarse en sus poltronas para emitir resoluciones y fallos que son nulos de pleno derecho y una prueba lapidaria para el día en que esos togados “quedadizos” tengan que rendir cuentas ante tribunales legítimos.
Hemos caído en una trampa y debemos salir de ella. La carnada ha sido Camacho y los cardúmenes de tiburones la rondan con apetito desde hace tiempo. Pero tenemos que ser autocríticos, dejarnos de hablar de traiciones y de canalladas, de acusarnos de ser más o menos cruceños de acuerdo a nuestra conveniencia. Más bien hay que reconocer que en Santa Cruz existe una evidente falta de liderazgo y que muchos han adoptado la política como una chacota facilona que los hará ganadores. Líderes eran los de antes, los del siglo pasado, aquellos que no echaban espuma por la boca en sus arrebatos, que tenían los pantalones bien puestos, y que eran conscientes del destino de grandeza que le esperaba a su pueblo.
No cabe duda del apuro que tiene el Gobierno para que Mario Aguilera asuma la Gobernación; tampoco disimula el MAS “arcista” en su deseo de ver a Camacho fuera. Todos invocan una legalidad que es muy relativa y que asombra. Es tal el desmadre que se ha armado, que nada menos que hasta Evo Morales acusa al Gobierno de Arce de abusivo y a la justicia de pútrida, con lo que aparece como defensor del gobernador secuestrado. Lo de Morales nadie toma en serio, porque toda Bolivia lo conoce y sabe que fue él quien cometió los mayores desaciertos y quien dio paso a la justicia más venal de que se tiene memoria.
No somos adivinos para saber qué sucederá en los próximos días o semanas, pero el desenlace final llegará en algún momento. Si somos medianamente observadores, esto se ha convertido en una pugna entre algunos masistas y otros opositores. Se trata de una disputa entre cruceños, obviamente, que bien podríamos solucionarla entre cambas. Mas ahora reaparece como telón de fondo la presencia de un Gobierno que desea una Santa Cruz obediente dedicada a trabajar y callar. Ya se dijo en tiempos de Evo Morales: que los cruceños trabajen y dejen la política para los collas.
Camacho es un incordio para los planes del MAS y no precisamente porque sea un político experimentado, ya que comete errores infantiles, sino porque les resulta incómodo por su popularidad. Nada le gustaría más al Gobierno que Camacho dejara la Gobernación y que, al no estar obligados a tener consideraciones con el gobernador, se lo remita al área más sucia de los presos comunes en Chonchocoro, donde moran los acuchilladores nocturnos.
Columnas de MANFREDO KEMPFF SUÁREZ