Bolivia. ¿Sólo queda un aterrizaje forzoso?
Todo el aparato de propaganda del Gobierno busca instalar la narrativa de que el dólar está bajando como resultado de las medidas acordadas con el sector privado. La pregunta central es: ¿qué tipo de tipo de cambio se utiliza para respaldar esta afirmación? Si utilizamos como referencia el precio de la divisa oficial, es decir: Bs. 6,86 – Bs. 6,96 por cada dólar, por lo menos desde febrero del año pasado lo que se observa, en los mercados formales e informales, son valores superiores de este rango. Si vas al banco, el dólar cuesta más 5% o 10%. Es la comisión de transferencia al exterior aceptada por el Estado. Por lo tanto y en la práctica, la nueva escala de la divisa estadounidense es de Bs 7,30 a Bs 7,60. O sea, el precio del dólar subió.
Ahora, si utilizamos el tipo de cambio paralelo —a estas alturas del campeonato, ya aceptado por el Gobierno—, el dólar llegó hace unas semanas a 9 bolivianos y es evidente que el valor de los verdes ha bajado, a algo como 8,5 bolivianos, cuando los encuentras.
Ahora, todos estos movimientos se basan más en percepciones, expectativas y especulaciones que en realidades. Inclusive el todopoderoso Ministro de Economía y Finanzas Públicas entra en el juego de espejos. Afirma, sin rubor, que el tipo de cambio está bajando, tomando como fuente datos y memes de influencers, tiktokers y otras hierbas del ciberespacio. En vez de consultar al presidente del Banco Central de Bolivia (BCB) sobre el movimiento de las divisas y el nivel de las reservas internacionales, prefiere escuchar a Papiciber, el Vago de las Nubes o algún amo de caso desempleado y enojado que postea en las redes sociales.
En los hechos, ninguna de las medidas tomadas por el Gobierno en las últimas semanas implica un cambio concreto en la oferta de dólares. Demoran varios meses en ser implementadas. Por el momento, son anuncios que buscan revertir expectativas y mejorar la reputación de algunas autoridades económicas. Es un intento de afectar la parte psicológica de la economía. ¿O alguien cree, en sano juicio, que la entrada de 1 millón de dólares en tres días al BCB es una lluvia de divisas que curará la sequía estructural? Desafortunadamente, además, cada dólar conseguido, que ayudaría a mejorar la credibilidad del Gobierno, es perdido, con creces, por los sopapos y ch’asconeadas que se ven en la Asamblea Plurinacional. La baja política serrucha el piso a la economía.
Detrás de la lectura económica oficialista —de lo que está pasando con el tipo de cambio es algo pasajero y que en breve retornará el sol de la bolivianización y que los dólares volverán a todas las esquinas de Bolivia— está la idea de que estamos con un problema de liquidez de corto plazo, fomentada ésta por una demanda especulativa impulsada por opinadores del pantano neoliberal y asustados ciudadanos que quieren guardar los dólares proimperialistas debajo de la cama sin razón. Para el discurso oficial, la economía está solvente, atravesando problemas superficiales. Por ejemplo, ya estarían volviendo las divisas gringas aterrorizadas frente a la amenaza de ser substituidas por los yuanes chinos.
Lamento contrariar al optimismo revolucionario, pero no estamos frente a un desafío de liquidez temporal, sino, todo lo contrario. En rigor, la economía boliviana tiene un problema de solvencia serio asociado al agotamiento del modelo primario exportador. En una actitud suicida, el Gobierno del MAS decidió matar a la gallina de los huevos de oro, el sector gasífero, dejando de invertir en exploración.
Veamos algunos signos de insolvencia de la economía boliviana: 1) La producción de gas natural ha bajado a la mitad desde el 2014. 2) Las reservas internacionales del BCB han bajado de 15.000 millones de dólares a 1.709 millones. 3) Desde 2014, se registran déficits comerciales sistemáticos, excepto en 2021 y 2022. 4) Aumentó la deuda pública total, esta representa casi el 80% del producto interno bruto. 5) El Estado ha perdido más de 3.200 millones de dólares de ingresos de la renta gasífera. 6) El riesgo país aumentó significativamente y las calificaciones del país han bajado a nivel de aplazo. 7) La gobernabilidad política se ha deteriorado, la pelea tóxica entre arcistas y evistas alcanzó niveles épicos. 9) No se tienen fuentes de ingresos significativas en el corto y mediano plazo. 10) No se sustentan los subsidios a los hidrocarburos y el tipo de cambio.
Estamos frente a una crisis estructural del modelo económico y político. Ambos agotados. Por lo tanto, las medidas que se han tomado en los últimos días ayudan muy parcialmente. Son aspirinas para el cáncer. Ayudan a ganar tiempo político y su eficacia es dudosa, en especial si no se ataca el tema central de corto plazo, que es el enorme déficit público.
La crisis que describimos se inició en 2014, cuando nuestros ingresos de exportación cayeron de 13.000 millones a 9.000 millones de dólares. Si hubiéramos actuado con sensatez en aquel momento, hubiera sido posible realizar un soft landing (un aterrizaje suave) de la economía. Pero se insistió en seguir volando sin gasolina y con graves fallas en los motores del avión. Ahora sólo es posible un hard landing, un aterrizaje forzoso, que el Gobierno se empeña en negar. La cosa es más complicada cuando en la cabina del avión, los conductores políticos y pilotos del modelo económico se agarran a cuchillazos.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.