200 años y los retos de la prosperidad
La nación boliviana, fundada en 1825 tras una heroica lucha emancipadora, nació con el anhelo de ser independiente, y ante todo libre de los influyentes herederos de los virreinatos de Lima y Buenos Aires. Sin embargo, el sueño de sus fundadores se vio ensombrecido por factores internos que convirtieron al país en un ejemplo recurrente de lo que algunos historiadores denominan un “Estado fallido”.
Los líderes de la bolivianidad soñaron con un país soberano, aunque cargaron consigo el pesado patrimonio burocrático y corrupto de la Corona española. Este aparato estatal, diseñado para centralizar el poder y los recursos, permaneció intacto, limitando la capacidad de Bolivia para construir instituciones eficientes y adaptadas a su realidad. A esto se sumó la fragmentación política y social, con grupos de poder disputándose el control del Estado desde sus inicios.
Aunque Bolivia contaba con recursos naturales vastos, como minas de plata y estaño, el modelo de desarrollo permitió transformar esta riqueza en un sistema económico más o menos inclusivo y sostenible. El poder permaneció concentrado en pocas manos, y las estructuras coloniales persistieron disfrazadas bajo el nuevo gobierno republicano, pero fue durante la primera mitad del siglo XX que la prosperidad empresarial mostró sus mejores logros, nunca después siquiera emulados.
En 1952, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) impulsó la nacionalización de las minas privadas, en un intento por democratizar la riqueza minera y redistribuirla al mejor estilo bolchevique. Aunque la medida pretendía devolver los recursos al pueblo boliviano, también marcó el inicio de una tendencia que priorizó lo estatal sobre lo pragmático.
La estatización de la economía, sumada a una creciente burocracia, generó un sistema ineficiente y dependiente del Estado, en el que se incluyen los gobiernos de los generales Barrientos y Banzer, entre otros, que quedaron en la historia como unos simples apéndices del estalinismo más ridículo, al expoliar las empresas nacionalizadas por el MNR. Este fue el momento histórico en que “falló” Bolivia.
Esta política, que buscaba corregir desigualdades históricas, terminó desincentivando la inversión privada y frenando el espíritu emprendedor. Los jóvenes empresarios de todas las épocas desde 1952 hasta ahora se enfrentaron a un entorno donde el éxito económico era percibido con desconfianza, e incluso con hostilidad. La incertidumbre sobre la seguridad de las inversiones limitó el crecimiento de un sector privado robusto, vital para el desarrollo.
Uno de los problemas estructurales que Bolivia no ha superado es la debilidad de su aparato estatal, secuestrado a menudo por grupos de poder con intereses particulares. En el siglo XXI, el Movimiento al Socialismo (MAS) reforzó estas dinámicas materializadas por el MNR, profundizando la “falla” haciendo uso del ingenio nacionalizador y los programas de subsidios empobrecedores. El país necesita reducir la hipertrofia estatal y fomentar un entorno donde los empresarios puedan prosperar sin el temor de que sus logros sean nacionalizados o “tomados” por los movimientos sociales de menesterosos. Una reforma estructural que priorice la creación de pequeñas y medianas empresas podría ser clave para transformar la economía boliviana y revertir su tendencia a la fragmentación.
La clave está en reducir a la mínima expresión las necesidades del Estado y en privilegiar la creatividad y el dinamismo del sector privado, creando un modelo que genere riqueza y oportunidades para todos; y reconociendo que la verdadera libertad radica en construir un país que ofrezca prosperidad y bienestar a sus ciudadanos. Este sueño en este mismo momento se opaca con el simple recuerdo que existen medio millón de burócratas que nacionalizan cada día el bolsillo de los ciudadanos libres, para obtener los recursos necesarios que les permitan parasitar a su antojo.
Si seguimos haciendo lo mismo, no tengan duda que obtendremos los mismos resultados. Lastimosamente, todos los partidos políticos que terciarán en las próximas elecciones tienen la estima progresista de lo nacionalizador y lo peor es que están nutridos de hordas hambrientas que lucharán por ocupar un escritorio en el aparato burocrático, plagado de gente sin iniciativa. Así se perfilan las celebraciones del bicentenario de una república que ya no existe.
Columnas de MARCELO GONZALES YAKSIC