El caso Walther Kohn - Los crímenes de Chirini
El caso Walther Kohn. Los crímenes de Chirini, del escritor Raúl Rivero Adriázola, es una novela basada en hechos reales. Acaba de ser publicada por Plural Editores.
A principios de mayo de 1931, los paceños fueron sorprendidos por un sórdido hecho de sangre. Meses antes, un joven austríaco llamado Walther Kohn y su novia Lotte llegaron a Bolivia en busca de fortuna. Oyendo que en el norte de ese Departamento era fácil obtener oro aluvial, se encaminan a Zongo en busca del preciado metal. En el camino, se le unió un joven alemán, Heinz Scheel, y un guía nativo de la región, para luego armar un campamento a orillas del río Chirini.
Días después, unos mineros que pasaban por el campamento de los extranjeros, encuentran a la joven asesinada. Alertada la policía, el austríaco es aprehendido en La Paz y acusado del crimen. Entretanto, el alemán, que estaba desaparecido desde entonces, a fines de julio es encontrado muerto de dos disparos.
Las incidencias del juicio que enfrentan Kohn y el indígena, de nombre Alberto Luna, captan la atención de los paceños, que siguen apasionados las audiencias de este aparente crimen pasional, puesto que la prensa daba por sentado que Kohn mató a los dos jóvenes por celos. Entre los periodistas que se encargan de estas crónicas, están Raúl López y su joven asistente, Alberto Rojas, del diario La Verdad. Para Rojas —quien es el que rememora años después estos sucesos— al darse en sus primeros pasos como “pichón de repórter”, el caso Walther Kohn le quedará indeleblemente impreso en la memoria.
En sus indagatorias, el par de reporteros encuentran muchas anomalías en el recojo de pruebas y en el proceso judicial; además sus dudas son avivadas por las charlas que sostienen con Walther Kohn en el panóptico de San Pedro, donde éste y Luna pasan sus días mientras se desarrolla el juicio. Impelidos por sus sospechas y con la colaboración del agente policial Marcelo Durán, se ocupan de indagar qué es lo que realmente habría ocurrido ese día de fines de abril en el campamento de los extranjeros.
Y lo que van descubriendo siembra inquietud en los dos periodistas del diario La Verdad, puesto que las inconsistencias, contradicciones y ocultación de pruebas por parte de los testigos y el fiscal adscrito al caso, tejen una maraña de confusiones en la que caen los otros periódicos, alguno de los cuales se anima a dar por demostrada la culpabilidad de Kohn, ocasionando la división de la opinión pública entre quienes creen esa versión y aquellos que dudan de ella.
López y Rojas se adentran ese mar de datos, que confunden y generan más y más especulaciones, creando un laberinto que parece no tener salida, hasta el momento en que el juez dicta sentencia. Pero Kohn, que impele a los dos reporteros a dar con la verdad de lo sucedido en Chirini —compromiso que los periodistas están dispuestos a cumplir—, tiene la oportunidad de lavar su honor, al haber estallado la guerra del Chaco.
Al ser veterano de la primera guerra mundial, el austríaco se ofrece como voluntario para ir a la contienda bélica, donde será uno de los primeros “tanquistas” del ejército boliviano, en cuyo rol mostrará ser valiente y decidido, al punto de ser reconocido como héroe de guerra.
Años después, y creyendo tener todos los hilos de la trama del caso Kohn bien atados, el par de periodistas se enfrentan al que consideran el cerebro de los crímenes, decididos a publicar lo realmente ocurrido en Chirini. Empero, su buen deseo se cruzará con los acontecimientos políticos que sufre Bolivia después de la contienda bélica.
Capítulo I
El primer disparo sonó apagado y apenas fue escuchado más allá del interior de la carpa; eso sí, el olor a pólvora impregnó inmediatamente el ambiente. Empero, los dos disparos hechos en el exterior reverberaron en el estrecho desfiladero como si de lejanos truenos se trataran, aunque no sonaron iguales, pues fueron disparados por diferentes armas. La lona de la carpa flameó levemente, produciendo una imagen fantasmagórica desdibujada por la neblina que, a pesar de lo avanzado del día, apenas permitía pasar a los casi verticales rayos solares, dejando entrever algo del verdor que cubría completamente las paredes laterales de la quebrada y del curso del riachuelo cuyas aguas, con tenaz rutina de milenios, habían creado esa casi desapercibida falla geológica.
Mientras las diversas aves, que levantaron alborotado vuelo al unísono por efecto de los estampidos, ya estaban nuevamente posadas en las copas de los árboles del entorno, un par de figuras montadas en yeguas mestizas emergieron de la brumosa humedad que comenzaba a levantarse por entre los musgos y arbustos que cubrían el suelo y las paredes cercanas al lugar donde se había montado el pequeño campamento. En silencio y sin volver la vista atrás, escalaron la escarpada y resbaladiza senda que apenas un par de días atrás se abrió al paso de las bestias traídas por unos jinetes que, con sus improvisados implementos para explotar el oro aluvial, se asentaron a orillas de la perezosa corriente.
Al alcanzar la meseta, las dos figuras montadas se detuvieron en una saliente desde la que se divisaba difuminado, abajo, el sitio que fuera despejado para armar las dos carpas, un rústico hornillo de barro y el improvisado establo; cruzaron breves palabras y se separaron. Mientras el que parecía más joven volvió a tomar la peligrosa senda, obligando a la reacia bestia con breves pero firmes golpes en los morros a retornar por donde habían venido, el otro picó espuelas y se alejó con prisa hacia el horizonte por donde había emergido el sol horas antes.