El carnaval valluno y sus terribles coplas
La copla carnavalera, esa especie de rap que expone el arte de la improvisación de frases provocadoras entonadas en quechua y español, en un jocoso enfrentamiento musical entre hombre y mujer que intervienen en turno intercalado haciendo gala de un bilingüismo entreverado con el humor fino y el colorado, constituye todo un espectáculo, hoy arraigado en la cultura valluna.
Con creatividad y alto sentido del humor, algunos artistas folclóricos lanzan producciones discográficas rescatando lo mejor de esta tradición. Otros la destrozan convirtiéndola, bajo el paraguas del sistema patriarcal, en música comercial plagada de mensajes sexistas, insinuaciones groseras y ofensivas a la condición femenina del ser humano, aludida para “ridiculizar” al hombre.
Esos mensajes, sean subliminales o manifiestos no terminan en la broma. Son formas de inculcar a los más jóvenes y reafirmar en el imaginario de los adultos, que la violencia contra la mujer es un derecho de los hombres. ¡Terrible!
Y aunque se dice que en carnaval todo es permitido, en ausencia de un proceso previo de sensibilización y educación, los límites son necesarios. Establecerlos no es fácil, pero es posible impulsar reflexiones y acciones conducentes a desmontar progresivamente toda costumbre nociva, en pro de fiestas cada vez menos espinosas.
Mi tío cuenta que en su época no había globos; los hombres jóvenes usaban cáscaras de huevo llenas de pintura y agua como proyectiles contra las jovencitas. Décadas después, me tocó sufrir el carnaval con globos, a veces congelados. No era “juego con agua” porque yo no jugaba, era agredida, violada por desconocidos que decidían sobre mi cuerpo, sin mi consentimiento, uno me tomaba al manoseo y otro me echaba con agua, se divertían a costa mía, de mi temor, de mi ira y de mi impotencia. Mi hija y las chicas de su generación, sufrieron exactamente lo mismo.
Cambió el milenio, mas esa práctica de violencia machista con derroche de agua, no. Estaba naturalizada. Su extinción parecía una utopía; pero la conciencia ambiental por el cuidado del líquido elemento, ayudó a una disruptiva civilizatoria. Las autoridades legislativas y ejecutivas de la institución municipal intervinieron con restricciones. La práctica hoy se extingue y la utopía se hace realidad.
Entonces, ¿Por qué no impulsar una cruzada social por la utopía de una sana tradición coplera?
En ausencia de una entidad competente para su regulación, podríamos instar a la Sociedad Boliviana de Autores y Compositores de Música (Sobodaycom), a la Asociación Boliviana de Autores, Investigadores, Compositores, Artistas y Músicos (Abaicam) y al Servicio Nacional de Producción Intelectual (Senapi), a que se involucren en la problemática; amplíen su tuición y sus alcances propositivos y pongan su atención en las composiciones nacionales que, a título de cultura y tradición, dan rienda suelta a los instintos más bajos del machismo y promueven la violencia de género con estereotipos de explotación sexual y/o doméstica.
En esta utopía, los medios de comunicación tienen un rol vital y, en el marco de la Ley 348, su aporte a la justicia social con equidad, es directamente proporcional a la cualificación del material que difunden y con el que contrarrestan la violencia simbólica contra lo femenino, porque en carnaval y todo el año, la reivindicación del derecho a vivir en una sociedad libre de violencia sobre las poblaciones en situación de vulnerabilidad, es tarea de todos.
La autora es politóloga y docente universitaria
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