No perder oportunidad, de perder la oportunidad (I)

Bolivia y otros países de América Latina y el Caribe han sido descritos como inestables por sus frecuentes cambios de gobierno. La otra cara de la moneda de esa inestabilidad es el hecho de que en el siglo XX y en lo que va del XXI, de los 33 países de la región, 11 han tenido gobernantes o linajes que han permanecido más de 15 años en el poder político: 59 años de los hermanos Castro en Cuba, 34 de Alfredo Stroessner en Paraguay, 29 de François y Jean Claude Duvalier en Haití, 27 de Juan Vicente Gómez y 21 de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, 26 de Rafael y Héctor Trujillo en República Dominicana, 23 de tres distintos Somoza y 18 de Daniel Ortega en Nicaragua, 22 de Manuel Estrada en Guatemala, 19 de Eric Williams en Trinidad y Tobago, 17 de Augusto Pinochet en Chile, 16 de James Fitz-Allen Mitchell en San Vicente y las Granadinas y 16 de Tiburcio Arias en Honduras.

Por el contrario, solo seis países: Colombia, Costa Rica, Dominica, El Salvador, Panamá (aunque Omar Torrijos tuvo gravitante poder entre 1969- 1981) y Uruguay no han tenido presidentes o primeros ministros que hayan gobernado por más de 10 años. Los restantes 16 países de América Latina y el Caribe tuvieron jefes de Estado cuyas más prolongadas gestiones duraron más de 10 y menos de 15 años.

Así vistas las cosas, la región pareciera caracterizarse más por su rigidez que por su inestabilidad. Bolivia no está –gracias al movimiento ciudadano– dentro los que han tenido gobernantes por más de 15 años, pero tampoco entre los pocos que sus más dilatados gobernantes lo han sido por menos de 10 años.

Si para analizar internamente a América Latina y el Caribe hay que combinar los criterios de inestabilidad con los de continuidad, la región, vista en términos globalmente comparativos, ve debilitarse sus rasgos de inestabilidad y, en algunos aspectos, pareciera un peñasco de continuidad.

En efecto, de los cinco grupos regionales que constituyen las Naciones Unidas, a la fecha de su fundación el más numeroso fue el de América Latina que, en 1945 aportó 20 de los 51 países fundadores de la ONU. Lo seguía Europa Occidental y otros que aportó 12 países, luego el grupo del Asia-Pacífico que aportó nueve países y, finalmente, los de África y Europa Oriental, cada uno aportó cinco países. Nuestra región amplió su grupo con el ingreso a la ONU de Jamaica y Trinidad y Tobago en 1962, y luego, sucesivamente, los otros 11 miembros del Caribe culminando con San Cristóbal y Nieves en 1983. De esta manera, en los 75 años de existencia de la ONU, la región vio nacer 13 nuevos estados independientes que se integraron al sistema internacional. Todos ellos pertenecientes al Caribe, aunque dos de ellos, Guyana y Surinam, se encuentran territorialmente en Suramérica y Belice en Centroamérica.

No obstante el crecimiento de la región, ésta pasó de representar el 40% de la membresía de la ONU en 1945, a contener solo el 17% en 2020. Ello, porque fue la región que menos creció en número de países. Lo hizo en sólo 13 países adicionales. Europa Occidental y otros creció en 17 países. Europa Oriental, en 18. Asia Pacífico en 46 y África creció en 50 países en relación a la membresía original que tenían en la ONU. Naturalmente, el crecimiento de participación de los distintos grupos de países se debió a múltiples factores, pero con todo ello América Latina y el Caribe es, en la ONU, un grupo incluso más estable que el de Europa Occidental y otros.

Por otra parte, en la arena internacional, los latinoamericanos y caribeños podemos mencionar que iniciamos nuestro ingreso en el otrora llamado “club de los ricos”, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), con México en 1994, Chile en 2010 y Colombia en 2020. Costa Rica también fue invitada a participar de ella en 2020 y otros países de la región están en distintas etapas de su proceso de ingreso o relacionamiento de alto nivel con la OCDE, incluyendo Argentina, Brasil y Perú.

En consideraciones más “integrales”, nuestro empaque no debiera disminuir, pues entre los países con índice de desarrollo humano (IDH) muy alto, grupo que en 2019 encabezan Noruega y Suiza, se encuentran cinco países de la región: Chile, Argentina, Barbados, Uruguay y Bahamas. En el grupo de países con IDH alto se encuentran 22 países de la región, entre ellos –vaya sorpresa– Bolivia y Venezuela. Con IDH medio se encuentran cinco países de la región y con IDH bajo, uno solo, Haití.

Si observamos otros indicios, luego de la crisis de 2008, para enfrentar la ausencia de efectiva gobernanza en la arena internacional, se constituye el G20 a nivel de presidentes y jefes de Estado. Compuesto por 19 gravitantes economías en el mundo y la Unión Europea, tiene de parte de América Latina y el Caribe, tres países que lo representan: Argentina, Brasil y México, mientras España, que se ve a sí misma como nexo de nuestra región con Europa, no es miembro pleno del G20.

¿Podríamos ir a dormir tranquilos? Quizás no, pues en algunos aspectos pareciera que es lo que hemos estado haciendo los últimos 50 años y, por el contrario, nos tocaría despertar y lograr ser más trascendentes. En efecto, con datos de largo plazo, se sabe que América Latina, en el periodo 1870-1973 más que triplicó su participación en el PIB mundial, pasando entre esos años del 2,5 al 8,7% del PIB mundial. Por el contrario, entre 1973 y 2008, América Latina redujo su participación al 7,9%. Se señala que, en 2019, el PIB de América Latina y el Caribe alcanza solo a un 7,3% del PIB mundial. Llevamos por lo tanto alrededor de 50 años de pérdida relativa de participación en la producción global.

De acuerdo con el Foro Económico Mundial, en 2019, entre los 12 Estados que más han empeorado en el mundo se encuentran Venezuela, Brasil, Nicaragua y Honduras. La preocupación es mayor pues en el índice de 2020, entre los cinco países que han empeorado más en el mundo, se encuentran Chile y Bolivia junto a Mozambique, Libia y Burkina Faso. Según esa misma fuente, entre los cinco países que más han mejorado para 2020, no está ninguno de la región.

Pese a nuestra baja productividad y amplios niveles de pobreza, en la región, y de manera especial en Bolivia, hemos hecho avances decisivos y somos poseedores de recursos y talentos. Pero no terminamos de superar la “trampa del ingreso medio” que puede ser una forma de no perder oportunidad de perder la oportunidad, tal como estamos a punto de demostrar en el país. Continuidad al parecer básica a la que me referiré en un próximo artículo.

El autor es economista, ernesto.aranibar@gmail.com