Lluvias y responsabilidades
Cuatro muertos –tres en Sucre el 4 de enero y uno en Cochabamba, anteayer– y cerca de 13.000 familias afectadas, es el primer balance de estragos de esta época de lluvias. Un balance que será más dramático en los días y semanas que vienen, pues no solo las precipitaciones pluviales van a continuar, sino las consecuencias de inundaciones, deslizamientos y derrumbes están apenas comenzando.
Eso ocurre con invariable recurrencia todos los años, en Bolivia, en estos meses cuando la época de lluvias llega a su máxima intensidad. Y aunque 2019 fue uno de los más secos de los últimos tiempos, tanto en los campos como en las ciudades ya se presentan situaciones de emergencia que tienden a agravarse a medida que aumenta la intensidad de las precipitaciones.
Inundaciones, derrumbes, accidentes, pérdida de sembradíos y ganado, además de un lamentable saldo en vidas humanas, son las primeras manifestaciones de un problema que pone en evidencia la pequeñez y fragilidad de los medios con que nuestro país cuenta para hacer frente a las fuerzas de la naturaleza.
Y hay también lo que viene después, cuando las aguas bajan y proliferan los mosquitos vectores de enfermedades como el dengue, o el suministro de agua potable se interrumpe debido a los daños sufridos en los sistemas de provisión de ese servicio, como ocurre ahora en Tiquipaya, sin mencionar el drama de los que pierden sus viviendas.
Es cierto que en años pasados se han dado importantes pasos hacia la dotación, a diferentes reparticiones estatales de los niveles central, departamental y municipal, de los recursos económicos, técnicos y humanos necesarios para afrontar estas emergencias. Y, en el caso de Cochabamba, por ejemplo, se realizaron trabajos en la cuenca Taquiña para evitar aluviones como los de 2018 y 2020.
Tales medidas preventivas son, sin duda, un gran avance. Pero no es suficiente, pues concentrar los esfuerzos y los recursos en las consecuencias de los fenómenos climáticos, como en este caso las inundaciones, no es lo más aconsejable por razones obvias.
El desafío –que ahorraría muchos esfuerzos– es identificar y actuar sobre las causas. Y al llegar a este punto, resulta evidente que la principal causa de los problemas que anualmente trae consigo la época de lluvias es la negligencia colectiva con la que nos resistimos a asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponde.
Por eso, y antes de caer en la tentación del cómodo victimismo que consiste en transferir las culpas a factores ajenos a nuestras propias responsabilidades, lo que hace falta es reconocer que los desastres provocados por las lluvias son directa consecuencia de la falta de políticas públicas dirigidas a preservar el equilibrio ambiental. Y también de conductas irresponsables y/o ilegales de muchísimos ciudadanos.