Reflexiones sobre el Día Internacional de la Mujer
Debe haber sido Gambito de Dama, una espléndida serie estadounidense, que desató la controversia entre las mujeres de mi casa (mi esposa e hijas), sobre si “gambito” se acentúa en la primera sílaba; yo porfiaba en la inflexión de la ortografía inglesa. Aunque el optimismo de la sabiduría popular apunte a la esperanza, de todas formas es actual el tema de una niña superdotada en su acelerado aprendizaje del ajedrez, de por sí asunto sesgado en contra de mujeres en deporte dominado por varones.
Esto es a menos que la vida te haya vacunado contra temas nimios, como este. Pero me despertó la curiosidad sobre si tanta bulla sobre las pobres féminas en este mundo machista, tal vez desde que el hombre cazaba y de un batacazo eyaculaba la semilla, mientras la mujer cocinaba, paría y criaba, originó la primera desigualdad social (bueno, la segunda, si se toma en cuenta la rivalidad entre Neandertales, y Homo sapiens de mayor capacidad cerebral).
De toda suerte, nadie negará el abismo entre féminas de Hollywood del “#MeToo”, y mormonas y musulmanas que aceptan la poligamia. ¿Qué tal el “porque me quiere me pega” de alguna aporreada en Bolivia? Como muchos, en años mozos yo lo sentí al meterme en pleito ajeno, hecho al caballerito, y sentir el pedregón en la espalda lanzado por la agredida que reclamaba con el estribillo machista. Ni hablar de la casquivana a la que apedrearon en Arabia Saudita por poner cuernos al marido. Alcanzó ribetes escandalosos en la entrevista de una pareja real por una diva, donde parecía prevalecer la preocupación por la pigmentación de la piel de un bebé.
Cuarenta y siete millones de mujeres son afectadas directamente por la pandemia mundial de Covid-19. Eso significa que les afecta el desempleo, ahora que deben cuidar de los niños, aparte de los abismos que separan a hombres y mujeres en lo que a paridad salarial –mismo trabajo, menor nivel de sueldo– se refiere. Cuarenta y siete millones de féminas, cifra que cuadruplica la población total de Bolivia. Flaco consuelo, en el país conmemoraron el Día Internacional de la Mujer con solo dos docenas de feminicidios. No hablemos de la brecha educativa o informativa. En almuerzo familiar (cinco mujeres, tres hombres), pregunté si sabían de una tal Stephanie Travers. No pude reprimir la sabihondez de informar que es la primera mujer en subir al podio de los premiados en la Fórmula Uno (que por si acaso son las carreras de bólidos); para colmo, de ancestro negro de Zimbabue, una penosa república africana.
Puede ser contar ángeles en la cabeza de un alfiler, pero el coronavirus ha resaltado los atropellos y crímenes contra las féminas. Son solo dos de ellos. Quizá las mujeres serán las primeras en echar la basura de sus golpizas al desván del olvido, junto con la corrupción generalizada, el racismo, la esclavitud moderna, las violaciones de niños, el tráfico de drogas y armas, la prostitución, el desempleo y los montones de nuevos pobres, la muerte de millones en el mundo y un largo etcétera. Así, aunque el optimismo de la sabiduría antigua apunte a la esperanza, en el fondo yace la desigualdad social.
En efecto, el rasero que define al planeta entero es la desigualdad. Empieza en las naciones ricas y se manifiesta, siniestra, en los países pobres. Tal vez la última muestra se dio con la pandemia. Aparte de las decisiones erradas de un expresidente egocéntrico, que dio el portazo a la institución planetaria, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la investigación y elaboración de las vacunas fue encargada, con honrosas excepciones (China y Rusia), a farmacéuticas privadas, tanto mejor si nativas de sus países y obsecuentes con sus intereses. A pesar de saber que una pandemia se soluciona con una cobertura total de vacunación de la población mundial, prevaleció un enfoque jingoísta a la cura de la pandemia: primero los poderosos y que se joda el resto del mundo. Fue obvio que los primeros fueron los europeos y luego los estadounidenses “blancos”. Incluso dentro de sus países se exhibió el prejuicio, muchas veces racista, a sus minorías étnicas más pobres y descuidadas.
La necesidad expuesta por la pandemia de Covid-19, en sentido de que se cambien prioridades de inversión en el presupuesto nacional en favor de la salud y la educación, ha sido soslayada una vez más. ¡Qué vacunas ni respiradores!: en Bolivia, la Policía tendrá una unidad de género. Ojalá que con tal ocurrencia disminuyan las mujeres aporreadas o asesinadas. ¿Los conscriptos aprenderán a manejar el fusil y a poner inyecciones en una campaña masiva de vacunación? Tal vez organicen una entidad de investigación como la que hace palidecer de envidia a la NASA, sin atrasos en las entregas, a la Universidad de Oxford y a la AstraZéneca.
El autor es antropólogo win1943@gmail.com
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