El doctor y su coordinador
“Coordinador de movimientos sociales”. Así se llama el cargo que ocupaba Álvaro, el vástago del cocalero Evo Morales. El retoño en cuestión ocupaba esa posición en la Administradora Boliviana de Carreteras (ABC), convertida en una cueva de ladrones. Un sincretismo corrupto entre la empresa china Harbour Engineering Company (CHEC) y el MAS boliviano.
Álvaro no es la excepción. La lista de angelitos procreados por los jerarcas socialistas abarca a Evaliz Morales, sin dejar de lado a la hija del fiscal general Lanchipa y al hijo del presidente Luis Arce. Imagínense cuántos más tendrán clavados los colmillos en la yugular del Estado.
El cargo que ocupaba el hijo de Morales es una ofensa al intelecto de aquellos que se quemaron las pestañas estudiando. ¿Qué universidad ofrece esa carrera en su malla curricular? Seguramente una del Chapare, no puede ser otra. Donde posiblemente el padre del coordinador es profesor, dado el gran número de títulos de “Doctor Honoris Causa” que tiene en su haber.
Evo Morales, hoy convertido en cadáver político, es un “Doctor Honoris Causa” que balbucea el único idioma que habla, pero posee un montón de esos pedazos de cartón otorgados por “universidades” de origen dudoso, entre ellas una de Zacatecas, con los cuales podría empapelar las paredes de su refugio tropical.
Así están las cosas. El nepotismo, esa supuesta práctica de la derecha, ha sido convertido en el pan del día de los socialistas del siglo XXI. Ahora el hijo ha renunciado al cargo y dice haberlo hecho para evitar que su imagen sea embarrada. Eso no se lo cree ni él mismo. Cada día salen a la luz más trapos sucios sobre ese negociado que asciende a Bs 14 millones; suma timada en la construcción de una sola carretera, la de Sucre-Yamparáez.
Hay algo muy gracioso en todo este espectáculo de bufones. El enemigo no viene de fuera. No es el imperio y menos la derecha. Son ellos mismos que se están mordiendo la cola, basados en su codicia. Ninguno de los bandos surgidos al interior del MAS se resigna a dejar de libar las mieles que otorga ese poder efímero, al que dijeron haber llegado para quedarse 500 años.
Esito había sido todo para esos fanfarrones, quienes antes de su fuga en 2019 gritaban “¡Patria o muerte, venceremos!”; pero cuando la ciudadanía no aceptó sus caprichos y salió a las calles con sus pititas, huyeron despavoridos a México y a la embajada de ese país, convirtiendo su lema en “¡Patria o muerte, nos escaparemos!”. Posiblemente ahí radica el “proceso de cambio”.
Columnas de RUBÉN CAMACHO GUZMÁN