La mentirosa “demanda interna”
Una falacia muy común en el análisis económico es considerar oferta y demanda como dos acciones independientes. Es fácil pensar en vendedores y compradores como grupos distintos que ejercen sólo una función, vender o comprar, y no la otra. Muchos economistas, por ejemplo, se refieren a “shocks de oferta” o “shocks de demanda” cuando tratan de explicar el origen de las recesiones, como si los primeros no implicaran los segundos y viceversa.
La realidad es que oferta y demanda son la misma cosa o, si quieren, dos caras de la misma moneda. Asumamos por un minuto que no existe el dinero. Sin la existencia de billetes, la única forma de comprar algo es ofreciendo otra cosa a cambio. ¿Cómo convencemos a alguien de que nos venda su auto, un plato de comida o un kilo de azúcar? La única forma de hacerlo es ofreciéndole a esa persona otros bienes o productos que ella esté dispuesta a aceptar. En otras palabras, el acto de comprar (o demandar), implica un acto simultaneo de vender (u ofrecer). Sin oferta, no hay demanda.
De la misma forma, alguien que vende algo está aceptando (o comprando) otra cosa a cambio. La motivación para vender se deriva precisamente del interés de poseer el bien o producto que se pueda obtener en la transacción. No se puede, entonces, vender sin comprar al mismo tiempo. Sin demanda, no hay oferta.
La equivalencia entre oferta y demanda, que es muy fácil de comprender en una economía de trueque, se torna difusa una vez que introducimos el dinero. Es con la creación de billetes que empezamos a pensar en oferta y demanda como dos acciones independientes. Ahora pareciera que para comprar algo ya no necesitamos vender algo más sino simplemente entregar o pagar un determinado monto de dinero. De la misma forma, uno empieza a creer que vender no implica comprar algo más sino simplemente aceptar billetes a cambio.
Pero el dinero sólo es un instrumento o una tecnología que hace más fáciles las transacciones de mercado. La esencia económica sigue siendo la misma. ¿De dónde sale el dinero que usted paga cuando compra algo? Pues del único lugar de donde puede salir: de alguna venta realizada en algún momento. El dinero no crece en los árboles (excepto cuando los bancos centrales se dedican a imprimir inorgánicamente) y solamente representa el valor de lo que vendimos (y producimos) con anterioridad. En el fondo, entonces, cuando compramos algo con dinero, seguimos haciendo lo mismo que antes: vender algo más. De la misma forma, cuando vendemos algo a cambio de dinero, en realidad estamos comprando algo más. Piénselo. A menos que decidamos usar el dinero que obtuvimos por vender algo para empapelar las paredes de nuestra habitación, toda venta que hagamos implicará eventualmente una compra de otros bienes por el mismo valor. El dinero hace que estas transacciones sean posibles a través del tiempo y no necesariamente de forma simultánea (lo que los economistas llaman la función de reserva de valor del dinero) pero, al final del día, la esencia es la misma: toda oferta crea su propia demanda.
¿A qué viene esta introducción? Si entendemos que no hay demanda sin oferta (y viceversa), entonces es fácil entender que el famoso cuento de la “demanda interna,” piedra fundamental del modelo económico del MAS, es un embuste. Y, por supuesto, si la piedra fundamental del modelo es un embuste, entonces el modelo entero es un ídolo de barro.
El Modelo Económico Comunitario Social y Productivo del MAS tiene dos pilares: el “sector estratégico” (hidrocarburos, minería, electricidad y otros “recursos ambientales”) y el “sector generador de ingresos y empleo” (industria manufacturera, turismo, vivienda, desarrollo agropecuario, etc.). La idea es simple. En un primer paso, el Estado se apropia del primer sector en base a nacionalizaciones y captura los excedentes que este genera. En un segundo paso, el Estado redistribuye esos excedentes al segundo sector a través de inversión o empresas públicas, o a través de bonos sociales. Esta redistribución es lo que el gobierno llama “demanda interna.” En esencia, el Estado captura la plata de la venta de gas y la hace circular en la economía creando la demanda por bienes y servicios.
Note la gran diferencia de este modelo con la equivalencia entre oferta y demanda descrita anteriormente. La demanda interna que genera el modelo del MAS en el país es embustera porque no se deriva de la creación de una oferta productiva anterior. La gente no produce un valor de bienes y servicios equivalente a su demanda porque parte de esa demanda está cubierta por el Gobierno con recursos de afuera. Esto puede funcionar por un tiempo y darnos la ilusión de que nuestra economía se desarrolla, pero el modelo es inherentemente frágil y pernicioso. ¿Qué pasa cuando los precios internacionales de las materias primas caen? ¿Qué pasa si las empresas públicas encargadas del “sector estratégico” son ineficientes y corruptas, y no pueden sostener los niveles de exportación que financian la demanda interna? Pues entonces, todo se derrumba. Un modelo en el que la demanda se desacopla de la oferta porque la plata que sostiene a la primera se genera en gran medida por la exportación de un recurso natural, no genera los incentivos a desarrollar un tramado productivo diversificado.
Y eso fue exactamente lo que nos pasó. Mientras duró la fiesta hasta 2014, nuestra economía dependió pachorramente de la exportación de gas y no generamos una oferta productiva interna. Después, como todos sabemos, los precios internacionales cayeron y, dado que nuestras empresas públicas son ineficientes y corruptas, también se nos acabó el gas que exportábamos. Así fue como el soporte de la demanda interna se derrumbó. Pero, claro, no contábamos con la astucia del MAS. Los gurús del partido de gobierno consideraron que, si no entraba plata por exportación de gas, entonces debería entrar plata por deuda. Y entonces nos empezamos a prestar como locos hipotecando nuestro futuro (a la fecha la deuda pública total sobrepasa el 80% del PIB). Todo por seguir sosteniendo el modelito de la “demanda interna.”
La economía no deja margen ni a la irracionalidad ni a la fantasía. Apostar a generar demanda interna con los ingresos de un sector exportador primario manejado por políticos o, lo que es peor, con deuda, es una apuesta muy riesgosa. Bolivia necesita no sólo un cambio de gobierno sino, principalmente, un cambio de modelo.
Columnas de ANTONIO SARAVIA