El peso de los antecedentes
Como existe una creciente demanda por actores políticos nuevos, jóvenes, si es posible sin pasado ni trayectoria identificable en el escenario, lo político se ve cada vez más poblado por todo tipo de personajes, algunos fascinantes, otros patéticos, la mayoría con el requisito de audacia que se necesita para incursionar hoy en la política boliviana.
La política es pues una de las pocas actividades en las que se castiga la experiencia y se premia la falta de recorrido.
El hecho es que, independientemente de la imagen de novedad que quieran proyectar los candidatos, el peor error que los electores podrían cometer, nuevamente, es apoyar opciones cuyos antecedentes no son coherentes con sus posiciones actuales. Ya sea porque su pasado político es desconocido o inexistente o porque es contradictorio con lo que hoy en día expresan, no por haber recapacitado, sino simplemente por su cinismo.
Los antecedentes personales y políticos de los actores en la arena pública no pueden ser ignorados y deben servir como mecanismo para poder medir la credibilidad potencial de los candidatos.
Tomemos a Branko Marinkovic, en el pasado, nunca se le conocieron posturas políticas que hubieran presagiado que se convertiría en una suerte de mezcla de Milei y Pinochet, como lo que ahora se dibuja detrás de cada una de sus intervenciones públicas. Un hombre enfurecido, hecho al fanático del libre mercado y de la jibarización del Estado, nunca lo fue, por lo menos públicamente, pero ahora se muestra como eso y más. En rigor, con excepción de su fugaz paso por dos ministerios en los descuentos del Gobierno de Jeanine Áñez y su fuga luego de la masacre del hotel las Américas, su participación en la arena propiamente política es nula.
La historia de Marcelo Claure es similar si tomamos el pasado político como punto de referencia, pero por diferentes razones. Su historial propiamente político en Bolivia y fuera de ella, es inexistente, inversamente proporcional a su destacadísima y notable carrera empresarial que lo propulsó a la cima de los empresarios en Estados Unidos y el mundo, un logro prácticamente sin antecedentes para un boliviano, con la excepción obvia de Simón I. Patiño y unos pocos más que son menos espectaculares.
Pero por impresionantes que sean sus éxitos empresariales nunca se interesó públicamente en Bolivia ni como inversionista ni como político, hasta que compró el club Bolívar, hizo generosas inversiones deportivas y ahora pretende nada menos que dirigir —desde algún teclado de computadora en Dubai, Nueva York o Londres— el improbable proceso de selección del candidato “único” de la oposición política boliviana.
En ambos casos, guardando las distancias y diferencias, su accionar político está destinado a generar inicialmente desconfianza y la habitual envidia que en Bolivia se tiene al éxito, peor si es económico. Nunca tuvieron posiciones ideológico militantes públicas, aunque es obviamente presumible que si las tenían a un nivel personal. Pero si su verdadera intención es involucrarse en la política no les queda otro camino que acortar las distancias geográficas y existenciales que los separan de la realidad del pueblo boliviano.
Es el derecho de cualquier boliviano ser candidato a presidente o desempeñar el rol de influenciador de la escena política en forma virtual, pero es complicado sin compartir físicamente con los que se pretende influenciar. Y tanto Claure como Marinkovic sólo pueden alegar conocer la realidad de la vida en Bolivia en forma distante y virtual, lo que complejiza la toma de decisiones.
Marinkovic pertenece a un grupo de cruceños cada vez menos numerosos, los jóvenes ya están con otro chip y para ellos Santa Cruz es más importante y digna de amor que Bolivia, percibida casi como un padecimiento o como un accidente del destino. Viven allí, pero ignoran al resto, tienen generalmente aversión a todo lo andino y con esa actitud mal pueden entender los desafíos de nuestras abigarradas complejidades.
Claure, de familia tradicional paceña, está en realidad menos distante de la Bolivia profunda a pesar de su larga ausencia y mediante el fútbol tiene un contacto con una parte de la realidad y las pasiones locales lo que puede ser un terreno indirecto, pero fértil para la incursión directa en la arena política.
Columnas de LUIS EDUARDO SILES