Barbieri y el disco “Bolivia”
Cuando se difundió la noticia de su muerte acaecida en Nueva York, las crónicas sólo recordaban que fue el autor de la banda sonora en “El último tango en París”. Pero nadie se acordó, ni siquiera en Bolivia, que uno de sus discos más emblemáticos se llama “Bolivia”, grabado un año después. Escuché esta obra de Leandro “Gato” Barbieri a mis 10 años, mientras cuidaba, cada sábado, la tienda de discos que mi padre instaló muy cerca a La Cancha al volver de las minas siendo perseguido por la dictadura de Banzer.
En esa nutrida disquería de don Emilio García Aliendre aprendí a gozar la música en su plenitud. Apostado al pie del gigantesco “bafle” en el umbral de la tienda, me solazaba viendo los catálogos que publicaban periódicamente los estudios “Lyra”, “Lauro” y “Heriba” con fotos en miniatura de las tapas. Aún conservo algunos ejemplares de esas joyas gráficas. La música que recibía con el oído pegado al “bafle” mientras leía los catálogos, me sumía en una torre de babel que desde entonces me negué a abandonar.
El vinil “Bolivia” contenía cinco temas: “Merceditas”, “Eclypse/Michellina”, “Bolivia” “Niños” y “Vidala Triste”. Cito los títulos para explicar mejor la idea del saxofonista argentino: no era la fusión en sí lo que sorprendía, sino la libertad absoluta de improvisar desde los instintos básicos, desde la intimidad insondable de un artista buscando rastros dispersos de su ancestralidad. El chamamé y la cueca se asoman con pincelazos de una cadencia inconfundible; pero el saxo impone su sonido con la fuerza energizante que el Gato Barbieri tomó prestada de su genial par John Coltrane.
El pasado año, la periodista Teodelina Basavilbaso visitó a Gato Barbieri en su domicilio de Nueva York. “¿Cómo ve su futuro?”, le preguntó. “Me voy a morir en tres o cuatro años”, respondió categórico. Desgraciadamente no llegó a tanto. Falleció el pasado 2 de abril, el día de mi nacimiento, a sus 83 años. El 23 de noviembre ofreció su último concierto en el club Blue Note de la ciudad que lo adoptó.
Llama la atención cómo quien tuvo el mundo a sus pies pudo terminar sumido en el más impenetrable de los olvidos: “Será porque he hecho todo lo posible por complicarme la vida” –manifestaba Leandro “Gato” Barbieri hace unos años–. “Y lo he conseguido”. Por algún motivo, la crítica sigue empeñándose en incluirle entre los pioneros del latin jazz: “Yo no tengo nada que ver con eso”, insistía. “Tanto que los músicos de jazz no me consideran un músico de jazz y los músicos latinos no me consideran un músico latino”.
Hay quien explica la quebradiza trayectoria del músico en su tartamudez, que hizo de él un niño atormentado por sus semejantes en su Rosario natal, “donde excepto prostíbulos, no había mucha vida nocturna”.
(*) El autor es periodista.