El informe Bachelet
No hay forma posible ni determinada de ser condescendiente con la conculcación de derechos de naturaleza humana y constitucional. Serlo, importaría asumir el papel de cómplice, no solo con las consecuencias legales que una categoría jurídica de esta envergadura conlleva, sino con el peso moral que representa hoy en día, marcar la intolerancia y el abuso como norma de conducta respecto a pares y terceros.
Lo dramático del caso pasa porque dentro el contexto internacional, los intereses económicos y geopolíticos son los que marcan la punta de lanza y los que en la dinámica de la discusión, se cobijan (generalmente) en la ideología como referente “principista” cuando todos sabemos que el mundo se mueve bajo otro contexto y otra mirada. No hay otra manera de explicar como China y Rusia por ejemplo, sean incondicionales aliados a una de las últimas dictaduras que azota al mundo y que tiene en el chavismo, al exponente (Maduro) que debe ser derrotado por el mundo civilizado.
Ser cómplice y facilitador de torturas, matanzas, privación de derechos constitucionales, asesinatos, destierros entre otros, son muestra de una decadente manera de ver la vida humana y de cómo los valores constitucionales dan paso a la barbarie y criminalidad. Eso es Maduro, un criminal que ha cometido y comete delitos de lesa humanidad y que por razones de hegemonía y pesos y contrapesos en la escala mundial, goza de la protección de aquellos regímenes donde las libertades son restringidas y donde la nomenclatura en el ejercicio del poder coloca a los derechos humanos en segundo plano. No son sociedades libres ni disfrutan de las prerrogativas que las democracias liberales en el mundo garantizan para sus habitantes.
Entonces, bajo ese contexto, la izquierda latinoamericana alineada a la dictadura chavista en Venezuela, trató de evitar por todos los canales que se haga pública la cantidad de vejaciones que se cometen en ese país por razones políticas. Con Lula en la cárcel, el Foro de Sao Paulo se vio mermado y los demócratas venezolanos encontraron en las fuerzas democráticas del continente el respaldo para que surjan líderes como Guaidó.
Ese respaldo se vio fortalecido con la creación del Grupo de Lima, cuyo discurso pretendió ser minimizado por esa izquierda radical que aun sostiene a Maduro y que ahora ha quedado al descubierto con el informe Bachelet. En efecto, tuvieron que pasar varios años para que la diplomacia demuestre que tiene algo de efectividad y reaccione ante lo que se vive en Venezuela.
La Alta Comisionada de los Derechos Humanos de Naciones Unidas ha presentado un informe que ha sido calificado como crudo e inequívoco. El chavismo había sido el represor que se sabía que era con Maduro y Diosdado Cabello a la cabeza, y la oposición no había sido la desquiciada que lo único que quería era derrocarlos cuando denunciaba que los derechos de las personas eran conculcados. La verdad había sido que en Venezuela –más allá del drama social que trae consigo la hiperinflación y la falta de alimentos–, se tortura y restringen los derechos vinculados a la condición de ser humano de las personas únicamente por no ser chavistas y no ser parte del oprobioso mundo creado por el socialismo del siglo XXI.
En todo caso, tarde pero llegó el informe y la reacción de la Sra. Bachelet, que en un principio mostraba condescendencia por sus raíces políticas con una situación a la que muchos quisieron poner un velo cómplice. Hoy, están dadas las condiciones para que ese informe, que constituye plena prueba, forme parte del expediente que llevará a Maduro y esbirros a la Corte Penal Internacional donde deberá ser juzgado y sentenciado por la comisión de delitos de agresión y lesa humanidad. Ahora sí, con ese informe, el tiempo de Maduro y el chavismo es otro. Ni China, Rusia más otro grupúsculo de países aliados donde penosamente se encuentra el nuestro, podrá evitar que esta gente de cuentas a la ley y la justicia.
El autor es abogado.
Columnas de CAYO SALINAS