El precio del dólar
Hace algunos días publiqué un artículo sobre el tipo de cambio, posiblemente el tema más importante de nuestra economía. En él argumentaba justamente por qué es tan importante y al mismo tiempo, tan difícil de tratar.
Tras la publicación de ese artículo, muchas personas me preguntaron si considero que debe hacerse una devaluación, si ella es inevitable o si puede calcularse cuál sería el nuevo precio del dólar. Esas preguntas son legítimas y denotan una justificada preocupación, ya que todos saben que, como expliqué en ese artículo, el tipo de cambio es el precio de referencia en nuestra economía y su modificación afecta a todos los bolsillos.
La estabilidad del tipo de cambio es un objetivo fundamental de política económica. Pero abogar por un tipo de cambio fijo, decidido desde el poder político, es confundir los medios con los fines. A un tipo de cambio estable no se llega por decreto o resolución de directorio, sino a través de un proceso convergente de estabilidad económica e institucional, de certidumbre y seguridad jurídica, de apertura comercial sostenida y de paz y cooperación en el ámbito internacional.
Esto es así por la sencilla razón de que el tipo de cambio es en esencia una relación entre la economía nacional y la internacional, y es el precio de una moneda ajena que, como todo precio, se determina mejor cuando se deja interactuar libremente a sus vendedores y compradores. Detrás de ellos estamos todos, como trabajadores y como consumidores, y las millones de decisiones que tomamos en los mercados no pueden ser reemplazadas por un gabinete. Ni para fijar un valor, ni para cambiarlo por otro.
No entenderlo de este modo es ingenuo y es dañino.
Lo prueban la experiencia reciente del país y la que vivimos al comienzo de los años 1980.
En este último periodo se ha pretendido mantener un tipo de cambio fijo congelando el precio del dólar. Sin embargo, en los hechos, el tipo de cambio real de nuestra moneda no ha podido permanecer fijo porque nuestro comercio con el resto del mundo involucra también muchas otras monedas, comenzando por las de nuestros vecinos latinoamericanos, continuando con el Euro y terminando con las monedas asiáticas. Así, aunque el precio del dólar no ha cambiado, el índice del tipo de cambio real que calcula el Banco Central en base a las variaciones de las demás monedas, ha descendido hasta llegar a ser hoy casi la mitad de lo que era el año 2003.
El tipo de cambio fijo del dólar (y la caída del cambio real) se sostuvo porque hubo abundancia de divisas y el vendedor principal, el gobierno, decidió venderlas a un precio que se ha ido haciendo más barato.
El problema es que de ese modo se premió a los importadores y se alentó a los productores y consumidores a usar más bienes importados.
A fines de los 70 y comienzos de los 80 se devaluaba, tratando de reemplazar un fijo por otro, para resolver problemas de déficit fiscal y comercial, pero solamente se desataban nuevos desequilibrios y más inflación, en una sucesión de costosos fracasos.
Este proceso fue superado cuando se dejó a los agentes económicos decidir los precios en el mercado, donde ciertamente el gobierno podía influir en algo al ser el mayor ofertante de divisas a través del Bolsín, pero manteniendo un lugar restringido.
Volvamos a 2019. ¿Cuál debería ser entonces el precio del dólar?
La verdad es que no podemos saberlo. Como ocurre con cualquier otra mercancía, podemos intentar estimaciones pero el precio solamente se lo conoce cuando se hacen transacciones libres en un mercado competitivo.
La cantidad de moneda nacional que está circulando tendrá sin duda mucha influencia, sobre todo cuando se toma en cuenta la confianza que tenga la gente en la gestión pública. También influirá la cantidad de dólares que haya en el país. Una parte está cuantificada como reservas en el Banco Central, pero hay otra parte en manos de la gente y no sabemos cuál es la cantidad.
Y de hecho también hay un dólar imaginario que puede ser creado por la gente cuando, sin usar realmente esa moneda, utilizan su precio como referencia para sus transacciones, que es lo que ocurre cada vez que se pacta una cláusula de mantenimiento de valor.
En síntesis, diríamos que no se puede sostener la arbitrariedad de un precio fijo con reservas cayendo tan rápido, pero tampoco se puede proponer un nuevo precio del dólar, salvo con fines ilustrativos.
Su precio más apropiado surgirá cuando se libere el mercado del dólar.
Eso ocurrirá bajo la fuerza de las circunstancias, cuando terminen de agotarse las reservas y caiga la oferta, lo cual puede ser muy costoso para la gente y debería evitarse.
La alternativa, a la que debería orientarse un gobierno democrático y comprometido con la mayoría, es liberar el mercado pero como parte de una política más amplia de ajuste fiscal. Una política que reduzca sus propios gastos (rematando las empresas ineficientes, eliminando subsidios y eliminando burocracias inútiles), y que alivie la presión fiscal sobre los productores de valor y los creadores de empleo (bajando impuestos, simplificando trámites, abriendo mercados), para que haya más crecimiento y mejor inclusión. Esto en el contexto de un sistema institucional basado en la ley y capaz de dar seguridad jurídica a la gente. Tal es el desafío.
Columnas de ROBERTO LASERNA