Tenemos que hablar
Ven, siéntate. Hace unos cuantos meses tenemos una charla pendiente y ya no puedo esperar más. Es importante aquello de lo que te hablaré, entonces espero toda tu atención. Es probable que nos duela. Mucho más a ti que a mí. Eres tú, no soy yo.
He notado un cambio de actitud y en tu manera de ser, que me llama la atención. No puedo creer que en tan poco tiempo las cosas hayan cambiado de tal manera que ahora hemos llegado a ser unos perfectos desconocidos. Pensé que el grado de intimidad lograda a costa de tanto esfuerzo nos iba a conducir a una perfecta simbiosis, sin embargo, creo que me he equivocado.
Al inicio de la relación, las reglas estaban claras. Tú tenías un sitial y yo otro. Reconozco mi llegada abrupta a tu vida. Transformé todos tus patrones y caíste a mis pies, con una predisposición insuperable.
Entiendo que algunas amistades a tu alrededor no creían en nuestra relación duradera y te dijeron que se terminaría pronto. Pero tú empezaste a creer en mí. Pensaste en cuán equivocados estaban y les diste muestras de su error. Hiciste tremendos esfuerzos. A veces no recordabas cómo era tu vida antes de mi llegada, pero una vez que establecimos la unión, te sentiste feliz. Dejaste de ver a tus amigos, ya no frecuentabas el café de siempre, y los boliches nocturnos te dejaron de seducir, así que preferiste estar en casa conmigo.
Me tocabas con respeto. Sentía tus manos. A veces suaves. Otras rugosas. Aunque constantes en el trato, es decir respetuoso y considerado.
Luego tu trato fue rudo. Me dejaste colgado, abandonado, te irritaba mi presencia. Sentías que te ahogaba. Y de pronto decidiste que ya no era necesario en tu vida. Empezaste a salir, a ir al café, a encontrarte con tus amistades y a pensar que la vida continúa y mejor que lo haga sin que yo te acompañe. Aún no te animas a ir a los bares. Pero creo que será cuestión de días para que lo hagas.
Ya diste muestras de una especie de bravura y saliste a lo loco. Con un impulso similar al de un ratón perseguido por un grupo de gatos hambrientos.
Entonces, antes de cometer una locura, te pido que revises tus pasos, ahondes en una reflexión importante y en lugar de dar rienda suelta a tus impulsos locos y descarriados, la pienses dos veces antes de abandonarme.
Te estoy salvando la vida y no te das cuenta. Soy tu barbijo. Continúa usándome, no te portes como idiota pensando que el virus ya se ha ido. Sigue aquí y el rebrote está a la vuelta de la esquina con las terribles consecuencias que ya conoces.
La autora es Premio Nacional al Periodismo Especializado en Banca
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER