12 de octubre o el dolor de una guerra
En el marco de un Homo sapiens guerrista y violento (¿en eso tendría razón Hobbes?) y un devenir de la especie colmado de guerras de unos contra otros/as, las historias hegemónicas suelen reflejar la versión de los vencedores y esto acaece cabalmente con la historia colonial. ¿Pero qué hay de la interpretación del acontecimiento histórico desde el lado de los vencidos?
Para empezar, las fuentes disponibles de las interpretaciones de los vencidos son mucho menores, debido a que los ibéricos se toparon en estas tierras con pueblos cuyas culturas y cosmovisiones eran orales y no conocían la escritura. En el mejor de los casos, tuvieron que pasar décadas de aprendizaje y adaptación para traducir al lenguaje escrito occidental sus conocimientos y percepciones, ello, por supuesto, si los vencedores lo permitían. Lo que nos lleva a lo otro: los conocimientos, culturas, cosmovisiones de los pueblos precolombinos se ningunearon y trataron de extirparse por la fuerza. Hasta se dudaba de su calidad de humanos/as, lo que era muy conveniente para usurpar sus territorios, saquear sus recursos para exportarlos a Europa y esclavizarlos. Cualquiera con un mínimo de honestidad intelectual y conocimiento de historia sabe que, lamentablemente, eso no es una exageración.
Entonces, por esa evidente asimetría, se cuenta con muy pocas fuentes del lado de los vencidos en la historia colonial, la mayoría de fuentes primarias que más se acercan a la versión de los vencidos es de cronistas ibéricos o mestizos que escasas veces pudieron evitar replicar el lente del pensamiento dominante.
Esta tendencia cambió en algo a partir de fines del siglo XIX para adelante, cuando la arqueología, la antropología y la etnohistoria dieron más luces sobre la vivencia y percepción de los indígenas y afrodescendientes respecto a la Colonia. Uno de esos esfuerzos es el libro Los vencidos. Los indios del Perú frente a la conquista española (1530-1570) del antropólogo e historiador Nathan Wachtel, que logra recopilar y citar parte de lo que ha pervivido de la visión y experiencia de pobladores/as de los “imperios” azteca, maya e inca al verse envueltos en una guerra de sometimiento frente a los españoles, guerra en la que encarnaron a los vencidos.
Obviamente, también los “imperios” azteca, maya e inca eran claros prototipos de las particularidades del Homo sapiens. En ese sentido, es una falacia lo que transcribieron en el Preámbulo de la Constitución boliviana al asegurar que “poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así conformamos nuestros pueblos y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la Colonia”.
Sin ir más lejos, recordar que en la autocracia de Moctezuma la pena de muerte se practicaba por nimiedades, que los mayas eran esclavistas y que los teocráticos incas estaban en plena guerra civil cuando arribaron los españoles. Y que incluso una de las causas del triunfo de los españoles fue que no faltaron “aliados” de pueblos indígenas disconformes con la opresión de sus “imperios” locales. No obstante, como siempre, una cosa son los sistemas políticos y sus representantes y otra los/as habitantes que son los/as que más sufrieron las guerras, “conquistas” y la esclavitud y sometimiento consiguientes. Y es a ellos/as a los/as que intenta dar voz Nathan Wachtel en su recopilación:
“Gusanos pululan por calles y plazas
Y en las paredes están salpicados los sesos
Rojas están las aguas, están como teñidas
Y cuando las bebimos,
Es como si bebiéramos agua de salitre”. (Manuscrito anónimo de Tlatelolco (azteca)).
“Amenazador es el aspecto del rostro de su Dios. Todo cuanto enseña, todo cuanto dice, es: ‘Vais a morir’”. (Chilam Balam (maya)).
“Bajo extraño imperio aglomerados los martirios/
Y destruidos
Perplejos extraviados, negada la memoria
Solos
Nuestra errabunda vida
Dispersada
Por el peligro sin cuento, cercada en manos ajenas/
Pisoteada”. (Elegía Apu Inca Atawallpaman (inca)).
Como ya dije, no soy de las que pretende repetir el discurso lastimero de los “500 años” y menos aterrizar en esencialismos étnicos falaces al estilo del Preámbulo de la Constitución. Sin embargo, colocándome en el lugar de los/as miles de vencidos/as civiles que vivieron el horror, tampoco pienso caer en el etnocentrismo racista unidimensional de las historias de los vencedores que creen que hoy, 12 de octubre, es un día para celebrar.
En consecuencia, para nada es ecuánime llamar “descubrimiento” a lo ocurrido a partir del 12 de octubre de 1492, cual si estos territorios hubieran estado despoblados sin contar que cientos de diversos pueblos precolombinos moraban en ellos, la acepción de “descubrimiento” da a entender que aquellos/as no eran personas, sino recursos. Igualmente, no me parece un término equitativo y certero el de “encuentro de dos mundos”. Primero porque eran cientos de “mundos” los que habitaban América que arbitrariamente se homogenizaron como “indios”. Segundo porque “encuentro” da la sensación de un relacionamiento horizontal, siendo que lo que sobrevino fue una guerra de sometimiento.
Producto de ello es América Latina. Tal vez por eso tenemos culturas políticas tan traumadas.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA