¿Biotecnología? No, transgénicos
Llamar las cosas por su nombre es lo correcto, pero a veces es conveniente no hacerlo. Los empleadores, en vez de decir “despido laboral”, usan eufemismos: “reducción de personal” o “reestructuración”. La intención es “suavizar el golpe”.
Lo mismo pasa con la palabra “biotecnología”. Los medios y redes están llenos de titulares como “Cinco instituciones cruceñas analizan uso de biotecnología” o “Anapo pide biotecnología para evitar las pérdidas por sequía”. Transmite un mensaje tranquilizador, positivo, propositivo y hasta amigable. Pero quienes usan esa palabra en realidad están pidiendo “semillas transgénicas” y “cultivos genéticamente modificados” (GM).
La popularidad de la palabra es resultado de una campaña mediática de empresas multinacionales y sus aliados nacionales. La “biotecnología”, en sentido estricto, abarca una amplia gama de conocimientos científicos más allá de la agricultura comercial: técnicas convencionales de mejora genética sin manipulación en laboratorio, bioinformática, microbiología, bioquímica, biología molecular y otros.
Entonces, ¿por qué decir “biotecnología” a lo que no es? Porque los interesados tienen mucho que ocultar y están en juego grandes ganancias económicas. Cuando se lo cuestiona, los soyeros, incluso, llegan a afirmar sin despeinarse que quienes lo hacen están contra la ciencia, el conocimiento, la modernidad y avances tecnológicos, o que son enemigos de Santa Cruz. El fin último es influir en la percepción pública para así favorecer la legalización de más cultivos transgénicos en Bolivia.
Llamemos las cosas por su nombre. Lo que piden los agroexportadores no se llama “biotecnología”, sino “semillas transgénicas” y cultivos “genéticamente modificados” (GM). Como referencia basta ver cuál es el lenguaje estándar en la prensa internacional y artículos científicos: GM crops, en inglés (cultivos GM).
Columnas de GONZALO COLQUE