El desierto crece
El jefe, el guía, el que tenía autoridad, era el hombre que conocía las rutas secretas hacia el agua. Nuestros guías han perdido esa autoridad, esos conocimientos. Están perdidos en el desierto. Y el desierto crece
He leído en alguna parte que nuestro planeta está perdiendo su nombre. La tierra fértil se destruye, rápidamente. Cada año desaparecen 12 millones de hectáreas de tierras cultivables; cada año se destruyen 24 billones de toneladas de suelo fértil. Se ha calculado además que el 35 por ciento de la superficie de los continentes se ha convertido en un área degradada en extremo, tierra sin potencial productivo, tierra muerta. El desierto crece.
Es curiosa la relación entre los hombres y los desiertos. Las civilizaciones y las grandes religiones no nacieron en el paraíso, sino en el desierto, “un lugar cargado de una fuerza misteriosa, un lugar de silencio y sin embargo un lugar cargado de vida”, dice Jean-Marie Le Clézio en su novela “Desiertos”. Los hombres vencieron el ambiente hostil, el silencio, para crear vida, sociedad y cultura.
Pero, el desierto no es solamente algo exterior a los hombres: paisaje, espacio hostil, materia informe y vacía. El desierto está también entre nosotros, o mejor dicho “dentro” de nosotros, pues habita nuestras ideas y también nuestros sueños. “El desierto crece. Desventurado el que alberga desiertos”, decía Nietzsche para oponerse al sentido abrumador, paralizante y negativo del nihilismo. El desierto de las ideas, que no la geografía hostil, es nuestra verdadera desventura.
Así, se puede emplear la metáfora del desierto para destacar la ausencia de respuestas adecuadas de un Estado frente a situaciones de degradación ambiental, pobreza o exclusión social. Por ejemplo, los mega-proyectos de El Bala y El Batán, ese “estadio inteligente” de 200 millones de dólares.
Quiero decir que también hay desiertos en los sueños de nuestros gobernantes. El sueño desarrollista ejerce sobre ellos una fascinación irresistible que deriva de sus promesas de crecimiento económico infinito, seguridad energética, legitimidad política y bienestar para todos. El progreso no sólo se presenta como dominio destructor de los hombres sobre la naturaleza; su poder de seducción radica también en la promesa de un tránsito progresivo de formas sociales y políticas simples hacia formas superiores, caracterizadas éstas por el empleo generalizado de altas tecnologías en todos los ámbitos, particularmente en la producción de energías.
Quizá me equivoco y no se trata verdaderamente de sueños, sino de negocios: detrás de las mega-obras siempre están en juego los intereses de las empresas que proveen financiamientos rápidos y altas tecnologías llave en mano, en este caso actúan empresas chinas cuyos intereses parecen imponerse a los problemas y demandas de la gente.
Una de las virtudes que debía tener un jefe de las caravanas nómadas del Sahara era su capacidad para orientarse en el desierto ya sea de día o de noche. El jefe, el guía, él que tenía autoridad, era el hombre que conocía las rutas secretas hacia el agua. Nuestros guías han perdido esa autoridad, esos conocimientos. Están perdidos en el desierto. Y el desierto crece.
El autor es sociólogo.
Columnas de JORGE KOMADINA RIMASSA