Los no-lugares de la ciudad
Una política ecológica es un objetivo inalcanzable para el Presidente del Estado y el Alcalde de Cochabamba. Nunca llegarán a ese lugar
Hay varias afinidades entre el Gobierno nacional y el Gobierno municipal de Cochabamba. Demasiadas. Ambos poderes comparten una inconmovible confianza en el progreso y el desarrollo: su quintaesencia es la modernización. Pero este imaginario ha sido completamente despojado de su filosofía emancipatoria original y se ha reducido a una caricatura de sí mismo. Su principio y fin es la construcción de obras de infraestructura: caminos, campos deportivos, edificios. Amor al cemento, compulsivo e inmoderado. El “patinódromo”, el corredor vehicular de la Recoleta y la anunciada “modernización” de La Cancha son ejemplos de esas pulsiones, perfectamente equivalentes al Museo de Orinoca y al nuevo edificio presidencial.
En el fondo, esta visión del desarrollo no es nada ingenua y de ella pueden extraerse usos políticos prácticos, astutos. Primero, el “obrismo” produce un importante capital político en un corto plazo: legitimidad para la reelección. Grandes sectores de la población comparten la doxa del progreso y aplauden esas iniciativas; su carácter tangible es la prueba irrefutable de una buena gestión, sin importar su calidad y su pertinencia. Segundo, las grandes inversiones en infraestructura son escenarios propicios para el clientelismo y la corrupción; estas prácticas no se restringen al enriquecimiento ilícito de algunos funcionarios venales: instituyen modos de gobernabilidad muy complejos que incluyen la distribución de incentivos selectivos y prácticas camufladas de corrupción. En suma, producen el Estado.
El programa de Gobierno de la Alcaldía consiste en realizar los máximos esfuerzos para dar mayor comodidad al automóvil. De hecho, el modelo de desarrollo espacial y la tendencia de ocupación del suelo urbano (desintegrando los barrios y espacios públicos) han involucrado el rápido crecimiento del parque vehicular. La respuesta no ha sido la reversión de esa tendencia a través de la construcción de un sistema de transporte masivo, la peatonalización del espacio urbano o el incentivo de la bicicleta. No, la respuesta ha sido la construcción de nuevos nudos vehiculares, puentes y pasos a desnivel. Se trata de dar aún más protagonismo al automóvil: el objeto-rey de nuestra ciudad, símbolo de la modernización y el ascenso social.
Los efectos son devastadores: la destrucción de los lugares históricos y vitales de la ciudad, espacios de identidad y socialización como los parques, los bosques de eucaliptos, el casco viejo, las calles con árboles, las lagunas y los cerros. Esos espacios han sido reemplazados por los no-lugares: áreas de anonimato, de tránsito y de flujo que carecen de la identidad y la subjetividad tradicional moderna. Son como grandes máquinas urbanas para crear el vacío. Su estética es el kistsh: están literalmente “fuera de lugar”.
Pero existe otra afinidad entre esos poderes: su estilo de Gobierno está basado en el carisma del líder, en las decisiones arbitrarias y soberbias, en el desdén desde el cual estigmatizan la opinión ciudadana. A pesar de sus diferencias ideológicas, aspiran a detentar el monopolio de la política: son potencialmente autoritarios.
Una política ecológica, amigable para el ciudadano de a píe, es un objetivo inalcanzable para el Presidente del Estado y el Alcalde de Cochabamba. Nunca llegarán a ese lugar.
El autor es sociólogo.
Columnas de JORGE KOMADINA RIMASSA