Bolivia, aislada y sin diplomacia
En esta última década, todo lo que han sido la diplomacia, la política exterior y las relaciones internacionales bolivianas es lo que nunca debieran ser la diplomacia, la política exterior y las relaciones internacionales de ningún país que aspire al progreso.
En primer lugar, la política exterior boliviana no es ineficiente, por el sencillo motivo de que es nula. Quizá una de las razones haya sido el juicio que encaramos frente a Chile en La Haya. Pero ésa no hubiese sido razón suficiente para dejar de lado toda preocupación en torno a la política exterior del Estado.
La diplomacia de los pueblos es mera retórica, un discurso populista. Sabemos que, en materia de relaciones internacionales, no existen amigos ni enemigos. Existen intereses materiales, tanto es así que, incluso en la cooperación internacional, los entes donantes sacan mayor tajada que los sujetos receptores. Es un juego de intereses y poder, y ello no es malo. Malo es ver las cosas como se las está viendo desde nuestro Ministerio de Relaciones y por nuestros diplomáticos: sin la menor percepción de realismo político.
Las relaciones internacionales bolivianas nunca fueron en verdad encaradas con sentido de aprovechamiento. Y es que podríamos y deberíamos ser pivote, eje y articulador de una integración regional de largo alcance en sus objetivos para todos los Estados miembros.
Como advirtió el escritor y diplomático Walter Montenegro, los países económicamente pequeños como el nuestro deben servirse de una diplomacia más sagaz y más capaz que la de los países fuertes, y dado que no pueden imponerse por su poderío político ni militar, deben aferrarse a la idea de un buen establecimiento de relaciones internacionales para desarrollarse y progresar. El aislamiento les está prohibido, so pena de seguir siendo los últimos en todo.
Licenciado en Ciencias Políticas.
Columnas de IGNACIO VERA DE RADA