Conocer y defender nuestras instituciones es la clave
En aquellos países donde existen instituciones fuertes, la población disfruta más de los beneficios de una vida en democracia.
Las instituciones no nacen fuertes, son construidas y encuentran su fortaleza en el nivel de legitimidad social que alcanzan en el tiempo, con servicios eficaces y eficientes. Se caracterizan por ser conocidas por los usuarios, por ser meritocráticas, accesibles, autónomas, independientes, transparentes, esto es, con flujos permanentes y persistentes de información de los servicios que prestan y sus resultados. En esa medida, controlan las acciones de los gobernantes –en sus distintos niveles– y las sujetan al marco jurídico vigente; principalmente a la Constitución Política del Estado, normas internacionales sobre derechos humanos y demás leyes de desarrollo constitucional.
Ocurrió en Colombia en 2010, cuando la Corte Constitucional declaró inconstitucional, por vicios de forma y de fondo, el referendo que buscaba la segunda reelección del presidente Álvaro Uribe. Está sucediendo en los últimos años en Estados Unidos por decisión de jueces federales que siguen paralizando medidas populistas del presidente Trump en materia migratoria. Ocurrirá en los siguientes días, cuando el Tribunal Constitucional de Perú rechace a el trámite de los recursos presentados para que el Congreso disuelto –constitucionalmente– retorne.
En ese sentido, es importante tener en cuenta que sólo una institucionalidad sólida puede ofrecer efectivos frenos y contrapesos al ejercicio del poder, sobre todo de las funciones o también llamados órganos o poderes políticos (Ejecutivo o Gobierno y Legislativo); evitando que sus autoridades se perpetúen en el poder y, para sostenerse en el mismo, violen derechos. De este supuesto sobran ejemplos en países de Latinoamérica y el mundo, los que nos plantean el reto de repensar y replantear instrumentos sociales como la política, el derecho y la democracia.
Lo óptimo, en una democracia, es que la toma de decisiones públicas se genere en una relación de colaboración entre poderes y entre éstos y la sociedad. Imposible no.
En los ejemplos descritos, el primer caso muestra el deseo de un presidente de reelegirse y, a lo mejor, perpetuarse en el poder, basado en un supuesto apoyo ciudadano. El segundo expone el autoritarismo y perspectiva de un gobernante populista y contrario a los derechos de sectores en situación de vulnerabilidad. El tercero, la defensa –sin argumentos– de la corrupción (política y económica) y la impunidad, desde un poder de Estado (el Congreso), que fue penetrado por organizaciones criminales.
Si desarrollamos instituciones fuertes, éstas pueden orientar la vida política de cualquier país y sentar sus bases éticas y morales . El ejemplo más elocuente y próximo lo constituyen los debidos procesos judiciales que el sistema de justicia peruano anticorrupción para funcionarios públicos le sigue a su “clase política”, por acusaciones de corrupción. Juicios públicos (transmitidos en vivo por TV del poder Judicial), con jueces y fiscales autónomos e independientes, que están enseñando a la población el valor de sus respectivas funciones y decisiones para el sistema democrático y la importancia de una vida –como país– sin corrupción e impunidad. Un sistema de justicia que se imparte en nombre del pueblo, pero orientado a beneficiar a ese pueblo y no al sector dominante o de gobierno; considerando que luchar contra el cáncer de la corrupción, desde cualquier institución del Estado, conviene a todos y todas.
En esta perspectiva, en nuestros países, trabajar en la construcción de instituciones sólidas es evitar autoritarismos y caudillismos. Es evitar flagelos como el de la corrupción y la impunidad. Es desarrollar ciudadanía efectiva y evitar masas de siervos e instrumentos del poder político. Es educar a los pueblos e insertarlos en la vida política y la toma de decisiones de Estado. Es evitar el abuso de los políticos que concentran el poder para delinquir. Es hacer de las personas seres libres preparados para avanzar en su vida privada y pública. Es construir países inclusivos y con oportunidades para todos y todas.
Muchos de los males que aquejan, de norte a sur, a nuestros pueblos justo en estos momentos, no los tendríamos si entendiésemos la importancia de nuestras instituciones para una vida en democracia. Por eso los invito a invertir, parte de su tiempo, en su conocimiento y uso; porque sólo ello nos hará libres del abuso y de la arbitrariedad.
Nada puede ser más importante en la vida del ser humano, de este tiempo, que mejorar el mundo que heredó, ayudando a superar sus males.
El autor es abogado
Columnas de EDDIE CÓNDOR CHUQUIRUNA