El país arde por la angurria de poder
Una canción de Vinicius de Moraes dice: “La tristeza no tiene fin, la felicidad, sí”. Más allá de los laberintos de las subjetividades, se aplica ello a colectividades rotas como las latinoamericanas. Justamente, la canción ambientaba una dura película llamada “Orfeo negro” que, con belleza sobrecogedora, daba cuenta de la terrible desigualdad e injusticia social en Brasil.
Hoy en una Bolivia convulsa podemos decir que respiramos tristeza. Y pensando en la historia del país, sí es posible concluir que nuestra felicidad colectiva es efímera, que siempre termina siendo arrebatada por el abuso de poder.
En estos trece años de hegemonía partidaria hemos presenciado cómo, paulatinamente, se han cooptado las instituciones estatales para colocarlas al servicio de los intereses del partido oficialista. Nos cansamos de ver la asimilación más vergonzosa del Poder Judicial, de Gobernaciones y municipios supuestamente autónomos, Tribunal Constitucional, etc. Hasta organizaciones sociales históricamente rebeldes, la COB, sindicatos campesinos y movimientos indígenas, fueron divididas y convertidas en prospectos funcionales.
Igualmente, el 21 de febrero de 2016 el Gobierno organizó un referéndum “vinculante” consultando la modificación a la Constitución con el objetivo de que los caudillos del MAS se repostulen. Perdieron. Entonces, a partir de la cooptación y manipulación institucional, botaron el tablero y recurrieron a argucias leguleyescas para asegurar la repostulación. Ese momento, acabaron de destruir la enclenque institucionalidad boliviana porque además sembraron lo que ahora cosechamos: Un pueblo que no muestra un ápice de confianza en las instituciones estatales y menos en las que dirimen los procesos electorales.
Si a eso le sumamos la actuación sospechosa e irregular del TSE en el marco de los últimos comicios, tenemos la situación de que la olla a presión ya se rompió. Cuando el país se sumió en una convulsión sin retorno, seguimos esperando una explicación respecto a la suspensión de la trasmisión del conteo de votos por casi 24 horas. A ello hay que adicionar las denuncias de fraude desde distintos frentes. En relación a esto, ¿salió el TSE a dar una explicación oficial, institucional y mínimamente inteligente y creíble? Bajo semejante panorama, la ciudadanía sería muy sumisa, muy aguantadora, muy ingenua para no desconfiar.
Por otra parte, qué sórdido el falso clivaje, la tendenciosa dicotomía que nos pretenden imponer para justificar la angurria de dominio. Se presenta lo que está sucediendo como un duelo entre “blancos versus indios”, “citadinos versus gente del campo”, “jailones versus populares”, etc., explotando taras y traumas colectivos y haciendo que cada vez sea más cercano un escenario de violencia irreversible. ¿Acaso lo que ocurre, en realidad, no es la reacción de una ciudadanía que se cabreó del manoseo institucional? Lo más triste es que, en el espectro contrario, reptan los politiqueros de siempre, dinosaurios que reviven y se alimentan de los conflictos, buscando pescar en río revuelto con un mismo fin: Poder.
Mientras tanto, la carne de cañón continuamos siendo nosotros. Y no sólo nosotros, abandonados a los desmanes fascistas de uno y otro lado. Como lúgubre metáfora de lo que somos y de donde hemos llegado, al tiempo que ciudadano se enfrenta con ciudadano, en Cochabamba arden el Parque Tunari y el cerro San Pedro, las mayores expresiones de bien común.
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA