Sobre cómo romper las brechas
Hace poco me contaron que una persona decidió digitalizar su negocio de la mejor forma posible. Se compró una suscripción a Zoom, se sentó delante de la computadora y publicó el hipervínculo en su página de Facebook con el encabezado de “la ferretería de Don Carlos ya está abierta”, extrapolando al mundo digital su necesidad de trabajar. Digitalizó la improductividad de estar pasivamente sentado por ocho horas, pero también dicen por ahí que la peor gestión es la que no se hace.
Cualquier noticia sobre tecnología lleva títulos como: Una moto futurista construida con piezas de titanio impresas en 3D, o ¿darías permiso a una multinacional para que te leyera el pensamiento? Son hechos que están sucediendo actualmente, pero hacia la calle seguimos respirando el humo negro de los micros de hace medio siglo.
La realidad particular de nuestro país se rige por tres brechas. La tecnológica que nos retiene, a un nivel macro, sobre los grandes desarrollos e invenciones. La brecha digital influye sobre el acceso a dispositivos por la población en general; y en un tercer lugar nos retiene la brecha de uso, que se refiere a la capacidad que tiene la gente a usar adecuadamente un dispositivo tecnológico. La suma de estas tres brechas conlleva a percibir un mundo todavía lejano a la cuarta revolución industrial.
La pandemia ha obligado a mucha gente a superar estas brechas, a veces no de la mejor forma, ni la más óptima. Todo cambio es traumático, pero puede ofrecernos, como sociedad, una gran oportunidad para igualarnos, al menos en teoría, hacia lógicas más dinámicas. Como diría, Zigmund Bauman, en la modernidad líquida, “la duración eterna no cumple ninguna función” y la consigna es cambiar, evolucionar y reinventarse cuanto antes. Ya no importa el cómo, porque la obsolescencia ya no es sólo para los celulares.
El autor es escritor
Columnas de CAMILO ALBARRACÍN ZELADA