Porquería
—Mamá, ¿por qué hay tanta basura en las esquinas? —preguntó la niña.
Su madre, Florencia Iporre Rojas, socióloga de profesión, clavó los ojos en el cruce de calles y vio las innumerables bolsas de basura, todas rotas y vomitando porquería, todas pudriéndose y esparcidas por alguna fuerza desconocida hacia el centro de la calle. Más guiada por una auténtica convicción ideológica que por el sentido común, respondió:
—Es que muchas veces la sociedad vive en contradicciones y cuando un grupo social no está conforme acude a reclamos que en ocasiones pueden llegar a tener estos resultados. Buscan justicia.
—¡Patrañas! —replicó doña Hilda Rojas Gumiel, la anciana abuela de la niña, y madre de la socióloga.
La matriarca era una mujer de canas secas y de boca deslenguada, en su juventud solía tocar el órgano en las misas de domingo y por sus ojos habían transcurrido amargas dictaduras y estruendosas revoluciones.
—No hay argumento sociológico que justifique que te inunden de porquería —complementó.
—Es que usted no entiende de ciencia alguna —respondió la hija— los grupos sociales tienen demandas y necesidades insatisfechas, hoy son los padres de familia, ayer fueron los autoconvocados, mañana otro grupo ocupará su lugar.
Doña Hilda Rojas Gumiel bajó un poco el mentón y apuntó con la mirada a su hija antes de disparar un discurso que su nieta nunca olvidaría.
—¿Sabes cómo llamo yo a tus grupos sociales? —preguntó a su hija y, sin esperar una respuesta, acotó— ¡revoltosos! Eso lo que son, y si no te gusta eso puedes también llamarles criminales. Porque no puedes llamarlos de modo distinto si bloquean el ingreso a un basurero, peor aún en tiempo de peste.
“Los autoconvocados, a quienes te refieres con tanto respeto, no son más que los oportunistas de estos últimos 14 años, aún pagados con nuestros impuestos, aún con la eterna estrategia de asfixiar al que piense distinto, aún respirando por la herida.
“Muchos de los vecinos de esa zona, para que lo sepas, en su momento se asentaron en ese lugar trayendo sus maletas cargadas de pobreza desde las tierras altas, se sentaron ahí y nunca más se movieron y esa zona ha crecido por el chantaje eterno y perpetuo del botadero.
“Lo de los padres de familia es el colmo, ¿qué están enseñando a sus hijos? Tú me dirás que quizás estén aprendiendo a exigir sus derechos, pero yo creo que están formando nuevas generaciones de bloqueadores, los que a su turno seguirán hundiendo a este país en más y más porquería”.
Su hija, roja de rabia, le respondió:
—¡Usted lo ha dicho madre, la pobreza es de pronto el factor crucial para tanta miseria!
Doña Hilda Rojas Gumiel tomó de la mano a su nieta, Bolivia Ramallo Iporre, y juntas atravesaron por medio del basural, pero antes de avanzar la anciana giró el rostro y afirmó:
—En mis tiempos la pobreza de unos no justificaba que los otros te inunden de mierda.
El autor es escritor, ronniepierola.blogspot.com
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