El censo y la distracción redistributiva
La postergación del censo ha provocado un fuerte debate nacional. Paro contundente en Santa Cruz, reuniones de emergencia de comités cívicos y asambleas departamentales, declaraciones combativas de políticos de ambos lados, cumbres, insultos, marchas, bloqueos y violencia... ¡y al parecer el zafarrancho recién empieza!
Nos hemos metido en una pelea campal porque los resultados del censo pueden determinar tres cosas importantes: la distribución de recursos económicos a las regiones, la distribución de escaños en la Asamblea Legislativa y la validez o no del actual padrón electoral. Sí, claro que son cosas que merecen discutirse. Pero, una vez más, y como casi siempre pasa con nuestros grandes debates nacionales, son discusiones que nos distraen de lo realmente importante. Me explico.
La pelea por el censo es, en el fondo, una pelea redistributiva. El pedazo de la torta fiscal que se lleva cada departamento y cada municipio depende del tamaño de su población. Santa Cruz y El Alto, por ejemplo, han crecido mucho en los últimos diez años y los resultados del censo pueden determinar que les toque un pedazo más grande. Ahí está la madre del cordero. Pero ¿cuál es esa torta a repartir? En esencia, la torta a repartir es la renta petrolera. Esta torta está constituida por porcentajes del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH), el Impuesto Especial a los Hidrocarburos (IEHD) y los demás impuestos que pagan las empresas del sector (IVA, IUE, IT y RC-IVA). La normativa actual, por ejemplo, determina que 20% del IEHD vaya a las gobernaciones departamentales (50% en montos iguales y 50% en base a la población).
Resulta, sin embargo, como todos sabemos, que la renta petrolera ha ido cayendo estrepitosamente desde 2014 cuando terminó la bonanza de precios internacionales. Ese año, la renta petrolera llegó a 5.500 millones de dólares, pero para 2021 ya se había reducido a 1.900 millones de dólares. Aunque la renta petrolera experimenta un respiro este año por la nueva subida de precios internacionales, sus cimientos son extremadamente débiles. Sin tener más gas que vender, esta renta no podrá volver a escalar aun si experimentamos otros booms de precios en el futuro.
¿Por qué nos peleamos entonces? Está claro que la pelea por el censo y el tamaño poblacional es, y será cada vez más, una pelea por montos cada vez más chicos. La renta petrolera se nos desvanece y queda poco por lo que jalarnos los pelos. Es cierto que los departamentos también reciben transferencias del Gobierno central no relacionadas a la renta petrolera. Éstas vienen de los impuestos que pagan los ciudadanos y de la deuda que el Gobierno central contrae. Pero, ojo, Bolivia es un país eminentemente informal. Sólo un 20% de la actividad económica paga impuestos. Ahí tampoco, entonces, hay mucho por lo que pelearse (aclaro que parte de la renta petrolera también incluye las regalías, pero ésas no se distribuyen de acuerdo a la población).
Y ése es mi punto. Nos encanta debatir sobre la repartija de la torta en lugar de debatir cómo hacerla crecer. Nos importa tanto la redistribución, y dejamos tan de lado el crecimiento, que cada año que pasa nos peleamos por una torta cada vez más chica. Nuestra pelea redistributiva nos distrae de la pelea realmente importante.
Esto es crucial porque el espacio para el debate público es finito. Estas dos semanas y las que se vienen, en que gastaremos energía debatiendo sobre la importancia del censo, son semanas que no usaremos para debatir cómo crear riqueza. ¿Por qué no debatimos con la misma energía el efecto que ha tenido ahuyentar a empresas extranjeras del negocio hidrocarburífero? ¿Por qué no debatimos el resultado infame de la nacionalización de los hidrocarburos? ¿Por qué no debatimos la necesidad de políticas institucionales que promuevan la iniciativa privada (eliminación de cupos a la exportación, eliminación de controles de precios, eliminación de regulaciones laborales, etc.)? ¿Por qué no debatimos cómo reformar salud y educación introduciendo incentivos de mercado? ¿Por qué no debatimos cómo reducir el tamaño del Gobierno para devolverle al individuo la responsabilidad del desarrollo? En suma, ¿por qué no debatimos con ahínco políticas que promuevan crecimiento en lugar de debatir políticas redistributivas?
Reconozco que no es un problema exclusivamente nuestro. En la mayoría de países, la gente tiene una inclinación natural a entusiasmarse con debates en los que hay ganadores y perdedores. Es más fácil, psicológicamente, pensar en la economía nacional como un partido de fútbol en el que lo que uno gana es lo que el otro pierde. Es más fácil pensar cómo dividir una torta que pensar en cómo hacerla crecer.
Pero, claro, habrá países que puedan darse ese lujo. No es nuestro caso. Pasa el tiempo y cada vez más nos peleamos enceguecidos por migajas cuando lo urgente es debatir cómo hornear más pan.
Columnas de ANTONIO SARAVIA