Las raíces cruceñas
En el libro Andrés Ibáñez y el laberinto boliviano, el extinto profesor universitario Édgar Moreno Rodríguez escribió que la población originaria del departamento de Santa Cruz era una simbiosis de razas, que se ha venido entremezclando hasta convertirse en un producto mestizado como el que con orgullo contamos. Los pueblos nativos han dejado un legado cultural muy relevante. Sin embargo, los brasileños, argentinos y paraguayos, por la cercanía, han tenido que influir también en la conformación cultural de los habitantes del departamento. De esa simbiosis o amalgama es que surge como una realidad incuestionable el cruceño o camba, su cultura y su identidad regional.
En Santa Cruz está naciendo el verdadero hombre boliviano (no el nuevo, sino el verdadero), pues aquí convergen, se afincan y con el tiempo se integran hombres y mujeres provenientes de todos los rincones de Bolivia. Se trata de un proceso voluntario, que no ha ocurrido con ningún otro departamento (la ciudad de El Alto recibe migración sólo andina). La confluencia de razas, culturas, hábitos, costumbres y clima tropical resultan determinantes en nuestra forma de ser, de vivir y de convivir, de pensar y de actuar y hasta nuestra singular forma de hablar.
Se puede afirmar que la extensa y abierta llanura, antes de que existiera Santa Cruz de la Sierra, era poblada por gentíos aborígenes de diversas procedencias y culturas. Los aborígenes tenían sus propias particularidades y constituían tres grandes núcleos sociales: los Llanos de Moxos, la Chiquitanía y la Cordillera de los chiriguanos. En cada uno de estos conglomerados humanos existían pueblos, naciones o tribus, con rasgos comunes pero diferentes en idiomas o dialectos.
La investigación académica de Édgar Moreno aclara que Santa Cruz fue dividida en la parte norte para formar los departamentos de Beni y Pando, donde fundamentalmente se encuentra el grueso de la cultura mojeña con sus propias características y particularidades, pero también con grandes similitudes con las demás culturas aborígenes del oriente. En las riberas del río Ichilo, frente a Puerto Villarroel, convergen mojeños, yuracarés y yuquis. En efecto la cultura camba se encuentra esparcida a lo largo y ancho del oriente boliviano, ya que los cruceños, benianos y pandinos descendemos del mismo tronco común.
En general, el autor reconocía poblaciones prehispánicas en esta región como Los Chanés, Los Chiquitanos, Los Guaraníes, Los Chiriguanos, Los Guarayos y Sirionós y algunos de estos grupos todavía existen pero muy reducidos y vienen a ser las raíces de la cultura oriental. Édgar Moreno aclaraba, no obstante, que lo que surgió desde las serranías de Chiquitos en 1561 fue una entidad social de características propias por el cruce entre españoles e indígenas durante la conquista y la colonia. Los descendientes de la población oriental establecieron actividades productivas, se internaron y domaron la selva, lograron multiplicarse y dejaron como herencia una lengua y costumbres imperdibles, con un recio mestizaje de características especiales.
Todo ese mestizaje ha generado el “alma cruceña”, que viene a ser el ensamble de voluntades entre nativos y españoles que existe no sólo desde el momento de la creación del departamento de Santa Cruz, sino desde mucho tiempo atrás. Y es que la historia de Santa Cruz no comienza el 26 de febrero de 1561, cuando se fundó la ciudad a orillas del arroyo Sutós.
Con el tiempo, como lo ha registrado un historiador, el sueño de Ñuflo de Chaves de “desencantar la selva” y encontrar los fabulosos tesoros de Eldorado parece hacerse realidad con la producción petrolera, minera y la poderosa industria agropecuaria. A casi cuatro siglos y medio de su fundación, Santa Cruz de la Sierra se ha convertido en el punto de encuentro entre oriente y occidente, entre las tierras bajas y las tierras altas. Y, en los hechos, es la puerta que comunica a lo que fueron los virreinatos de La Plata y del Perú. En pleno siglo XXI, Santa Cruz se ha convertido en la locomotora del desarrollo regional y nacional. La ciudad se ensancha en una espiral indefinida y eternamente inacabada.
Columnas de WILLIAM HERRERA ÁÑEZ