Los nuevos alcaldes deberán enfrentar los males urbanos
En diversas partes del planeta, dadas las singulares adversidades de este siglo XXI, miles de ciudades avanzan urgentes revoluciones urbanas. Desde la lejanas Singapur y Copenhague, hasta las más cercanas Quito o Lima marcan sus propios hitos. Infinidad de proyectos productivos, alimenticios, ambientales, demográficos, tecnológicos y de diseño estructural se desarrollan para evitar temidos colapsos. Valga simplemente citar las granjas verticales que empezaron a multiplicarse en la aquella sofisticada ciudad asiática o un centro histórico donde sólo circularán autos eléctricos, en el caso de la capital ecuatoriana. Lo propio en cuanto a los proyectos para garantizar el agua limeña o la energía danesa, pero ¿cuánto de todo eso se prevé para las urbes bolivianas?
Como planes claramente estructurados y en marcha, poco o nada se conoce en lo referido a las grandes ciudades y las áreas metropolitanas. Esas áreas donde, según el Instituto Nacional de Estadística, ya vive 70,7 por ciento de la población del país. Es más, las proyecciones señalan que allí vivirá el 90 por ciento de los bolivianos en 2032, sino antes. De acuerdo a diversos análisis y expertos, si no se encaran planes pronto y se mantienen como políticas centrales, como “cuestiones de Estado”, no se desactivarán varias bombas de tiempo que empezaron su cuenta regresiva en años recientes.
“Se experimenta, en cualquiera de las ciudades del eje central, y varias otras, una expansión urbana horizontal y hasta vertical descontrolada -dice el arquitecto urbanista Wilter Herbas-. Un amigo, descorazonado, me decía hace unas semanas que Santa Cruz se parece cada vez más a Bangkok y créame que ese no es ningún piropo. La Paz, por muy “maravilla” que la llamen, está ahogada en sus limitaciones y además, acosada violentamente por lo angurrientas que son las autoridades de los municipios del entorno. En Cochabamba, pasa algo parecido. El Alto es aún un bosquejo urbano…Y en todo eso viven casi siete de los 11 millones de bolivianos”.
Expansión caótica
Herbas detalla algunos elementos para cada caso. Se sorprende, por ejemplo, por cómo la proverbial planificación que lucía la capital cruceña y que se proyectaba a una moderna área metropolitana con los municipios del entorno “quedó convertida en un garabato escolar”. Lamenta el desprecio que cundió en los últimos años por su notable riqueza ambiental al calor de la fiebre inmobiliaria y la deforestación industrial.
“Están proliferando una especie de barriadas y hasta favelas, les llaman así, en ciertas zonas, así como condominios y ciudadelas exclusivas en otras -explica-. Al medio queda un centro histórico sucio y abandonado. Y todos soportan una creciente contaminación en una ciudad, donde la fama era el aire puro y fragancioso. La Paz, como ya está rebalsando de su hoyada, se ha llenado peligrosamente de edificios. No existe terreno adecuado para nuevas construcciones, la expansión urbana se expone a un cuadro de vulnerabilidad y graves riesgos tanto de servicios como de seguridad estructural. A eso se añade la destrucción del patrimonio natural e histórico-cultural. Lo peor es que no existen normas ediles para definir esa expansión”.
A partir de aquella acelerada y descontrolada expansión se desata una ola de problemas. El reconocido urbanista cruceño Fernando Prado ha recordado reiteradamente: “las ciudades del tercer mundo recogen lo peor de los dos mundos: la pobreza del subdesarrollo y la contaminación del primer mundo”. En ese marco, la variable medioambiente parece haber sufrido un alto grado de desprecio al calor de la expansión urbana y los años de bonanza que experimentó el país entre 2009 y 2015.
El negocio del desastre
“Se multiplicaron el comercio informal, el negocio inmobiliario y los mecanismos políticos prebendales, en lugar de planes urbanos de gran proyección -dice Alejandro Marín Santelices, ingeniero civil con especialidad en desarrollo urbano-. Especialmente en Tarija, Santa Cruz y Cochabamba, pero sin excepciones en el resto, el toma y daca era invadir áreas, legalizarlas y cambiar la provisión de servicios por los votos de los nuevos dueños. Ganaban los políticos, los loteadores, los nuevos vecinos o propietarios de engorde y varias empresas. Perdieron las ciudades, perdió el país, perdieron las futuras generaciones. El caso cruceño es traumático, pero también basta ver lo que es hoy el área Cochabamba Quillacollo y lo que pudo haber sido”.
Coincidentemente a esa apreciación, el biólogo investigador Álvaro Garitano, publicó hace dos años el estudio “Desarrollo Urbano-una visión desde la biología”. Allí, Garitano advierte sobre la escasa cantidad de áreas verdes públicas funcionales, la pérdida de los servicios ecosistémicos de los jardines privados, la destrucción del arbolado urbano y el deterioro de la calidad de los ríos urbanos, entre otras afectaciones.
Si bien el investigador se centra básicamente en La Paz, estas consecuencias de la acelerada urbanización boliviana se advierten en las principales urbes en medio de sucesivos conflictos y denuncias. La actual alcaldía cruceña los protagoniza recurrentemente debido a la destrucción de áreas verdes. Hace dos semanas, por ejemplo, se produjo el más reciente debido a la tala de árboles en el octavo anillo.
En La Paz, un subalcalde de su propio partido acusó al actual burgomaestre, Luis Revilla, de ceder ante loteadores en Pura Pura, el denominado “último pulmón urbano paceño”. En Cochabamba, en los últimos meses diversos grupos de activistas denunciaron cómo se afectaba arboleda debido a la construcción de dos vías de tráfico.
Ello frente a la clara recomendación de la Organización Mundial de la Salud en función a los males urbanos que afectan a la población planetaria: “Las autoridades de las ciudades deben prever la existencia de entre 9 y 11 metros cuadrados de áreas verdes por cada habitante como impronta de armonía vital”. Sin embargo, tal cual señala el estudio de Garitano, La Paz, por ejemplo, tiene sólo un 15 por ciento de superficie de áreas verdes respecto a lo que debería tener para el esparcimiento de la población. Además, son áreas “pequeñas, con alta proporción de superficie impermeable, con predominio de especies introducidas, y no están distribuidas homogéneamente en la urbe.
Un pequeño avance
Huelga añadir los conocidos problemas, también muy relacionados al mediombiente, que tanto Marín como Garitano citan: la calidad ambiental de los ríos urbanos y el tratamiento de residuos. Mal que mal, al parecer algo se ha buscado avanzar en estas áreas en los últimos años. El caso emblemático y hasta parte de un problema internacional, es El Alto. Gran parte de sus aguas servidas desembocan nada menos que en el legendario lago Titicaca. Mientras que las cloacas paceñas fluyen hacia los ríos, cuyos caudales luego alimentan a los grandes afluentes del Amazonas. En Cochabamba y Tarija, durante años se han soportado los olores del colapso de sus sistemas de alcantarillado.
“Por ahora, gracias a un crédito del Banco Mundial, lo de El Alto está en vías de solución y su planta se estrenará probablemente en 2022 -dice Ángela Soto, ingeniera hidráulica-. Para La Paz ya hay un avance y me parece que se licitará un proyecto importante dentro de pocos meses. También hubo avances en los problemas de Tarija y Cochabamba. Pero, por ahora, en ninguna de esas ciudades se ha superado del todo ese crítico problema. Los nuevos alcaldes deberán velar porque se concrete bien todo”.
Garitano añade que la falta de una educación ciudadana y la ausencia de áreas destinadas a la disposición o tratamiento final de los residuos sólidos son el rasgo central de este problema. No existen procesos de compostaje, depósitos de escombros, reciclaje de materiales, inmovilización de agentes tóxicos, etc.
“Ciudades feas”
Así, ciudades con escasas y poco proporcionadas áreas verdes, de precario aseo y sin el debido cuidado de sus aguas, son ciudades cuya estética también se halla en proceso de destrucción. Aquella conclusión da pie a otro de los grandes males que afectan a las urbes bolivianas y ya no sólo por el factor medioambiental. Según Herbas, varias de las urbes bolivianas han sido víctimas de la destrucción de patrimonio arqueológico, histórico y cultural. Otro problema crítico como el transporte “lo quieren resolver a plan de pasos a nivel y aceitadas con los sindicatos de transportistas, ahí estamos en la prehistoria”.
“Desde las zonas paleontológicas que había en la loma de San Juan en Tarija hasta los chullpares y los picos de ánimas que se destruyen en La Paz - cita-. Es de no creer, son crímenes que en otras partes significarían años de cárcel, sin duda. Acá se los comete a vista y paciencia de la gente. Hasta la construcción del Palacio presidencial en la plaza Murillo podría ser considerada un atentado”.
Todo suma, entre diversos otros factores, en el marco de la crisis sanitaria y económica que ha golpeado al planeta. “Tras la Covid-19, las ciudades que apostaban a ser booms turísticos deberán revisar planes -reflexiona Marín-. Las que sufrían por sus aires contaminados deberán recordar que la pandemia afecta más donde más problemas respiratorios existen. Las ciudades que no distribuyeron bien sus espacios tendrán que hacerlo antes de que ese tipo de circunstancias precipiten o agraven los problemas de salud. Y si se piensa en las consecuencias económicas, deberán pensar en proyectos productivos, sobre todo de alimentos, y abaratamiento de servicios”.
Todo ello, de acuerdo a las fuentes citadas, al margen de cómo aborden junto al poder central el aspecto sanitario. Esa la menuda tarea para los entusiastas candidatos que buscan ser elegidos el próximo 7 de marzo.