Vencedor de Ayacucho A la memoria del general León Galindo
El general León Galindo nació en la ciudad de Vélez, departamento de Bogotá de la República de Nueva Granada (hoy Colombia), el 28 de junio de 1795. Para 1809, con 14 años, se alistó en el Ejército de la Patria, en clase de cadete y desde entonces sirvió a la causa de la Independencia de América, combatiendo años después en las batallas de Boyacá y Quito; en Carabobo y Bamboná; en Pichincha y en las gloriosas batallas de Junín y Ayacucho.
Cuando apenas tenía 15 años, León Galindo ascendió a coronel habiendo asistido a la jornada de Ayacucho. Por su participación en las diferentes batallas para lograr la liberación de América del yugo de la Corona Española, León Galindo obtuvo la medalla de Libertadores de Colombia, la medalla de Libertadores de Cundinamarca, la medalla de Vencedor en Boyacá, la de Libertadores de Quito, Vencedores en Junín y Vencedores en Ayacucho. Además, el libertador Simón Bolívar le agregó el título de miembro de la comisión de Libertadores de Venezuela.
El año 1826, cuando era reconocido coronel de las recientes formadas repúblicas de Colombia, Perú y Bolivia, fue destinado a Potosí por el mariscal José Antonio de Sucre, donde formó su familia de la que ahora queda como descendiente el ex político y escritor Eudoro Galindo Anze. Sin embargo, en años posteriores León Galindo tuvo que vivir algunos años en el exilio en Argentina y Perú y a su retorno a Bolivia terminó sus días en el valle de Cochabamba.
El general León Galindo murió el 28 de diciembre de 1864 y en su entierro, una serie de ilustres patricios pronunciaron diversos discursos fúnebres, entre ellos Luis M. Guzmán, Sócrates G. Torrico, Manuel María Jordán, José Rodríguez, Francisco Sierra, Francisco del Granado y Benjamín Blanco, entre otros.
“¡Nos quedan ya tan pocos de esos hombres monumentales de las glorias americanas...! Cuando se derrumba alguno de ellos a la acción destructora del tiempo, deja en pos de sí un vacío inmenso que oprime tristemente el alma. En vano buscan nuestros ojos con dolor la gigantesca torre que descollaba sobre nuestras cabezas de enanos; en vano ansían nuestros oídos volver a escuchar, de labios mudos ya con el silencio de la muerte, los recuerdos preciosos de una epopeya inmortal, que asombró al mundo, momentos antes de que abriésemos los ojos a la luz... entonces, es forzoso llorar con el llanto de América, que se enluta por la pérdida de una de sus glorias vivas (...)”, escribió en su honor un joven escritor y político Nataniel Aguirre.