Aunque rojas siguen siendo botas
En Venezuela, cada día que pasa, está más claro que el régimen de Nicolás Maduro tiene por sustento principal el apoyo precisamente de las Fuerzas Armadas
Entre los viejos dirigentes de la izquierda boliviana solía escucharse la frase de que “aunque las botas se pinten de rojas siguen siendo botas”. Tal recuerdo se me vino a la memoria a propósito de la escuela antiimperialista implementada por el Gobierno, con la que pretende que los altos rangos militares se formen doctrinalmente, como requisito indispensable para ascender de grado.
Y el recuerdo resultó más significativo aún, cuando también se me vino a la memoria Moscú de 1993. En ese lugar y tiempo el “Ejército Rojo”, que tenía el legado de la revolución socialista de octubre de 1917 y de la resistencia durante la segunda guerra mundial y posterior derrota que infringiera al ejército de Hitler, tras sitiar previamente el parlamento ruso (congreso de los diputados del pueblo) entre el 1 al 3 de octubre de 1993 abría fuego desde tanques y otras piezas de artillería y lo tomaba por asalto.
Ello simple y llanamente revela, una vez más, que cuando se militariza la política de un país, las que llevan la peor parte son la democracia y los derechos humanos, y lamentablemente eso es lo que resultaría, como riesgo de fondo, de la política del presidente Morales con su escuela “antiimperialista”; más aún cuando en varias oportunidades expresaron que llegaron al Gobierno para quedarse para siempre.
Retomando referencias más propias de nuestra América latina, se tiene el caso venezolano.
En Venezuela, cada día que pasa, está más claro que el régimen de Nicolás Maduro, que sin posibilidades de recuperación perdió en los últimos años en las urnas y en las calles (las marchas ciudadanas por un referéndum revocatorio son cada vez más contundentes), tiene por sustento principal el apoyo precisamente de las Fuerzas Armadas; esas que se habrían formado en la doctrina “antiimperialista” como el legado de Chávez, pero que en la práctica no resulta más que una “doctrina” contraria a la democracia y a los derechos humanos.
Ahora bien, en el caso boliviano, la política publicitaria gubernamental, a propósito de la escuela militar antiimperialista, apunta también a sacar ventaja adicional de los incautos sentimientos de apego hacia la izquierda en ciertos sectores de la población y la política boliviana; de manera que, cual cantos de sirenas, adormezca las mentes de tales sectores, en un efecto similar al contento orquestado por el Gobierno cuando hizo entonar la internacional comunista un primero de mayo.
Lógicamente que cada golpe de la realidad despierta de momento a momento de tal encantamiento. El cierre de la empresa estatal Enatex y consiguiente despido de cerca de un millar de obreros, así como el conflicto social en el que devino sin alcanzar solución satisfactoria, fue uno de tales golpes de la realidad que ha marcado la mente y corazón, por ejemplo, de las organizaciones sindicales fabriles del país, que hoy se sienten conflictuados con las políticas reales del Gobierno.
Pero, no aplaudir políticas de encantamiento como las de la escuela militar antiimperialista va más allá de simplemente no caer como incauto, sino principalmente debe comprometer a adscribirse con la democracia y los derechos humanos, conceptos que en el actual momento político boliviano se muestran como “subversivos” y no así las palabras “revolución” o “antiimperialismo” que el Gobierno simplemente las ha instrumentalizado y degradado.
El autor es abogado y exdirigente obrero.
Columnas de GONZALO RODRÍGUEZ AMURRIO