El pueblo somos todos
El Gobierno, el Estado, la democracia y el futuro de un país no son un concurso de popularidad, y rebajarnos de nuestro rol de ciudadanos a un rol de aclamadores es devaluarnos y limitarnos en el ejercicio pleno de nuestra ciudadanía
Anteayer nos hemos desayunado con los titulares de la repostulación de Evo Morales a la Presidencia para la gestión 2020-2025. ¿La justificación? Dice que “el pueblo dice vamos a ir”. Pero, para los de corta memoria, “el pueblo” en febrero de este año dijo NO, no vamos a ir. El pueblo no son sólo los que van al Congreso del MAS, el pueblo —para bien o para mal— somos todos, incluso cuando le dicen al líder o al movimiento o al Gobierno, que NO.
En febrero de este año 51 por ciento de los bolivianos empadronados han votado en el Referendo por el No. Y todos esos votos y todo el dinero público invertido en la organización de este Referendo no valen nada porque unos cuantos miles se han reunido en Montero y han aplaudido fuerte. Aunque hubieran sido 50 mil, no contrarrestan al 51 por ciento del electorado, porque todos los ciudadanos valemos por igual.
Un país no se dirige por aclamación. Un aplauso no otorga legitimidad a un líder. ¿Cómo funcionaría eso? Aplauso, líder legítimo. Un fuerte aplauso, significa ¿cuánto? ¿El doble, el triple, 25 por ciento más de legitimidad? ¿Una ovación y estamos arreglados de por vida? Solamente pensemos que Lady Gaga, Madonna o los Rolling Stones definitivamente reciben más ovaciones que Evo Morales y a nadie se le ocurre que deberían ser los amos del universo, ni siquiera que deberían meterse en política. Mi punto, los aplausos y los deseos no se traducen en legitimidad política, aún cuando en la última década pareciera que estuviéramos tratando de institucionalizar el Gobierno por aplauso.
Hay varios caminos hacia la legitimidad, con el valor añadido de que son caminos legales. Por ejemplo, los procesos electorales, implementados y desarrollados dentro del marco de las leyes y desde luego, de la Constitución. Por ejemplo, la transferencia de poder dentro de los términos convenidos y establecidos en nuestras leyes y nuestra constitución. Otro camino bien simple: atenerse a las leyes y normas. Otro camino, reconocido en nuestra Constitución, el Referendo, que ya pasó y cuyo resultado ahora se está evaporando ante nuestros ojos porque ha resultado inconveniente.
Todo el amplio rango de instituciones democráticas que han ido surgiendo y se han ideado desde hace siglos existen, precisamente, para tratar de resolver los problemas de representación y de legitimidad que presentan los sistemas políticos que priorizan la figura del líder por encima de las instituciones, las leyes y los acuerdos a los que llegamos como sociedad y que promueve devotos más que ciudadanos. Estas instituciones tratan de garantizar que independientemente de nuestras preferencias, todos los ciudadanos contamos por igual para tomar decisiones que afectan a todos.
El Gobierno, el Estado, la democracia y el futuro de un país no son un concurso de popularidad y rebajarnos de nuestro rol de ciudadanos a un rol de aclamadores es devaluarnos y limitarnos en el ejercicio pleno de nuestra ciudadanía.
La autora es socióloga, Ph.D. en Ciencia Política. Coordinadora de Investigación Social en Ciudadanía
Columnas de VIVIAN SCHWARZ-BLUM