Hablen, hablemos
Ese día, la indignación copó lo más profundo de nuestra piel. Los cinco jóvenes violaron a su amiga, ella estaba en terapia intensiva y la historia era ciertamente cruel.
El bonus, una madre —de 40 años o algo más, asumo— que defendía a los acusados. En otro espacio, otra madre también, como de costumbre, se sienta a comer y de entrada recibe la fatídica noticia que ya había digerido por las redes sociales toda la mañana.
Espero su comentario pensando erróneamente que las drogas que consumieron aquellos jóvenes iban a causar su indignación, pero es ella y siempre me sorprende.
Contrario a todo panorama, dijo en sus palabras: “No importa cómo estaba la niña, el violador no es violador por estar drogado y quiere poder”.
Tiene 70 años y era, también, de las que hacía lavar los platos y poner la mesa a la hija mujer. La que cuando adolescente no quería que salgas “sola”.
Pero algo hizo “clic” entre las discusiones de feminismo a las que anda siempre atenta, lo que parece haberle otorgado una nueva forma de entender el mundo.
Pese a su edad, es una revolucionaria y de avanzada. Ella está convencida de que no cabe forma alguna de acoso sexual; que las personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT) tienen los mismo derechos, iguales a todos porque somos humanos, y, por ello, entiende a la perfección que la diversidad es parte de este mundo y que el machismo y la discriminación nunca merecieron serlo. Ella, sobre todo, es mujer; a pesar de su entorno y de su época, es una más de las que dice “basta”.
¿Qué hay en las cabezas de que aquellos que siguen justificando la violación? ¿Qué pasa en las familias que culpan a la víctima por lo que le sucedió?
¿Qué cree la gente que por estar con unas copas demás se puede actuar de una manera injustificable? Con las drogas sucede lo mismo. ¿Por qué naturalizamos estos actos de violencia, de abuso, de mostrar poderío sobre el otro?
Si no hablamos de respeto, si no hablamos de derechos en nuestras mesas, con nuestra familia, con nuestros hijos, amigos y entorno, entonces no esperemos que cambie. No callemos.
Periodista de Los Tiempos
Columnas de Jessica Vargas