Semillas
Leer o escuchar la palabra biotecnología, podría significar progreso, avance científico y control del futuro sobre todo cuando se habla de la seguridad alimentaria. Bien, en estos días está más que vigente eso que Roland Barthes sostiene respecto a que las mitologías sociales son una forma de mantener el statu quo, vale decir un orden de las cosas inamovible, estado mental y social que nos permite avivar el fuego de algunos espejismos que, después de todo, reafirman la idea de que no estamos tan mal, que aun somos esa pequeña isla de confort en un mundo que no para de sufrir los puñetazos del desarrollo a lo loco. Que respiramos un aire digno de envidiar, que tenemos un clima privilegiado y que nuestra comida es saludable, no como en otros países, donde las cadenas de comida rápida son la encarnación misma del diablo transgénico.
Si se cae el espejismo la verdad es de terror, el agronegocio (de transgénicos y agrotóxicos) son temas de preocupación mundial. Según Inforegión, una agencia de noticias ambientales, este tema incide en Bolivia de forma problemática ya que las semillas originarias caen bajo un mercado basado en productos químicos, bajo la justificación de que se obtiene semilla de calidad sanitaria y esto ocasiona una pérdida de especies y variedades nativas que son elementos básicos de la agrobiodiversidad. El tema también ocasiona una pérdida de prácticas ancestrales que sí aseguraban semillas de una calidad libre de manipulaciones genéticas que, por supuesto, no aseguran una verdadera seguridad alimentaria. El Programa Mundial de Alimentos, define a la misma así: “Las personas cuentan con seguridad alimentaria cuando tienen acceso permanente a suficientes alimentos nutritivos para poder mantener una vida sana y activa”. Además, acota que esta seguridad supone que los alimentos consumidos deben tener un impacto nutricional positivo en las personas. Esto implica buenas prácticas de cocina, salud individual, prácticas de agua y saneamiento, y de alimentación e intercambio dentro del hogar.
En este ámbito, menciona el periódico Página Siete que en Bolivia, a excepción de la soya, está prohibida por ley la producción e importación de alimentos genéticamente modificados o transgénicos, pero “la población está expuesta al consumo de estos productos que ingresan al país a través de la importación o el contrabando”, explica Reinaldo Díaz Salek, presidente de la Asociación de Productores de Oleaginosas (Anapo).
El tema tiene que ver nuevamente con nuestra soberanía alimentaria, con la calidad de vida, con la necesidad de que cada ciudadano esté consciente de qué come cuando come. La cuestión debe ser debatida como prioridad en términos de políticas públicas y mucho más ahora que se vienen los discursos electorales, las promesas y, en general, las campañas de verborrágica retórica suma votos. Se precisa, ahora más que nunca, propuestas que tengan un correlato serio en la realidad. Como futura votante exijo que se nos presenten programas integrales sobre la reforestación y preservación de bosques y en general de los recursos naturales y de igual manera, que se planteen propuestas sobre el control de semillas genéticamente modificadas, así de claro, al pan, pan y al vino, vino.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO