La hoguera de las ilusiones perdidas
Somos parte de la vergüenza en estos días. El incendio de la inmensa Chiquitanía gira, en diversos idiomas, en informativos del mundo. Junto a esta región de bosque seco arde parte de la Amazonía, arden los bosques en Rusia como tiempo atrás ardieron en España, Portugal, Canadá o Estados Unidos. Descuidos humanos. Tropelías. Actos insensatos. Demencias. Rara vez un rayo seco o la potencia del Sol. Pero en el caso nuestro hay un factor agravante: el Decreto Supremo 3973 que, leído por nuestro actual estado de escolaridad significa, en buenas cuentas, la quema del Oriente boliviano.
El setenta por ciento de nuestro territorio son bosques. Nos cuesta un dolor de cabeza entenderlo. Tanto para el mundo (nuestros propios vecinos) como para nosotros mismos, Bolivia es íntegramente montaña. Pero no es así: somos montaña, valle subandino, llano, y nuestro territorio también es selva seca y selva húmeda y/o barrosa. Pisos ecológicos. Diversidad plena. Condiciones extraordinarias para la seguridad alimentaria de apenas diez u once millones de habitantes. Un paraíso para la fauna y la flora. Pero no: el deterioro permanente y constante de nuestro hábitat está acabando con todo porque, como indica el discurso político oficial (“No somos guardabosques de los países industrializados”) forma parte de la lucha contra el imperio. Y esa lucha, si somos coherentes con el fraseo, se ganará cuando este paraíso se convierta en desierto. ¡Todos a quemar, por lo tanto! ¡Los ganaderos, los agropecuarios, los colonizadores, los loteadores! Que no queden selvas ni bosques, ni colinas ni laderas, incólumes. Convirtamos todo en ceniza. En erial. Transformemos nuestro paisaje bucólico en arena arrancando de cuajo árboles. Que el Estado no proteja nada. Es más: que el mismo Estado dote del instrumento legal que auspicie y ampare esta conducta previsible de depredación y hasta de aniquilamiento ambiental.
El Decreto Supremo 3973, luego de dar razones tontas y flojas en su parte considerativa, en su parte conclusiva, dice: “En los departamentos de Santa Cruz y Beni se autoriza el desmonte para actividades agropecuarias en tierras privadas y comunitarias, que se enmarque en el Manejo Integral y Sustentable de Bosques y Tierra, conforme a los instrumentos de gestión específicos aprobados por la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra –ABT– y sus Planes de Uso de Suelo vigentes. En ambos departamentos se permite las quemas controladas de acuerdo a reglamentación vigente, en las áreas clasificadas por el PLUS que así lo permitan”. Esta conmovedora iniciativa gubernamental, traducida a hechos, ha propiciado que arda la Chiquitanía –su bosque, su flora, su fauna– y el daño irreversible por muchas décadas para sus habitantes próximos, para los más lejanos y para el planeta entero. Curiosa manera de honrar y cuidar a la Pachamama. No sólo eso: colateralmente hay un daño económico a las arcas fiscales porque, por supuesto, se debe apagar la hoguera y eso cuesta mucho dinero.
¿Por dónde pasa el “proceso de cambio”? Yo advierto agresividad y encono contra la naturaleza muy superiores a la República. Desbordes y arbitrariedades. Abusos (la ampliación de hectáreas de coca en el Chapare es un formidable ejemplo). Atropellamientos. ¿Por qué se ha desvirtuado la idea primordial? Un Estado con consultas vinculantes a los pueblos que lo componen; la protección de la Tierra; la recuperación de los ríos y el aire; el sabio equilibrio para que el sufrido planeta dure. ¿Acaso no teníamos que cambiar todos de conducta –sin excepción de dioses y/u hombrecitos– para vivir bien? Ahora el gobierno llama “empresario” al oligarca de siempre, o intercultural al quechua o aimara en el confín del calor, y le dice hermano al político tradicional que nunca estuvo enamorado de Bolivia (es más: lo lleva de candidato) y, como última prueba irrefutable, obedece sin chistar a Bolsonaro: a) expulsando al italiano Cesare Batista sin el debido proceso; b) ausentándose del Foro de Sao Paulo. Más aún: c) emulando como nadie la permisividad para que arda la Amazonía y la Chiquitanía. Alguien, un desalmado, le ha cambiado las maravillosas ideas esenciales.
El daño está hecho y es enorme. Irreparable para esta generación y la próxima. Lejos de diseñar inteligentes políticas para cuidar el paraíso, en un abrir y cerrar de ojos arrasamos con todo. Después nos queda el páramo y el dolor en el corazón. La inmensa mayoría de bolivianos estamos dolidos y sufridos. El dolor proviene de esta causa y de otras que no tienen lugar en este artículo. Pero estamos sufridos de todo.
El autor es escritor
Columnas de GONZALO LEMA