¿Hasta cuándo el coronavirus?
Hace unos días, entrevistaron en CNN a un galeno especialista. Reconociendo que está en carrera figurativa de “expertos” que, en la mayoría, tratan sobre la Covid-19, el científico de marras abordó un tema de interés: ¿hasta cuándo tendremos esta plaga en el mundo? Conocido es el cisma de opiniones sobre el asunto: especialistas versus curanderos.
Abundan los aprendices de brujo. El presidente Trump recetaba beber o inyectarse lejía o lavandina: ¿qué ama de casa estadounidense no tiene desinfectante en su cocina? Muchos probaron la hidroxicloroquina, que ayudaba contra la malaria; la ivermectina que curaba parásitos en los perros; hasta la cocaína fue sugerida, quizá por algún cartel de la droga. Los rusos inventaron el Avifavir, con latinoamericanos como inmensa masa de conejillos de indias, en vez del dióxido de cloro de moda.
Como caballos en carrera en algún hipódromo, al menos seis empresas de vacunas ensayan fórmulas, no sé si motivadas por la patente o el lucro. ¿Será que la vacuna contra la Covid-19 es el nuevo Viagra? De cuando en cuando salen “pepas” noticiosas que tal o cual laboratorio está a un tris de obtener la fórmula. El ingenio popular propuso el ajo y algunos olieron a coreano.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), excomulgada de su mayor aportante por el pontífice ególatra Trump, pierde tiempo desinflando la panacea de falsos mitos populares para curar la enfermedad que provoca el nuevo coronavirus. Aparte de los ya citados, algunos antibióticos, el clima frío, los secadores de pelo, hasta contener la respiración y las redes 5G. Yo me quedo con el alcohol, pero en variante escocesa, con dos cubos de hielo; el problema es que soy de grupo de altísimo riesgo por la edad, aparte de que el segundo whisky me hace perorar huevadas.
Alguno ha mencionado que el coronavirus está para quedarse, por lo menos hasta llevar a una muerte dolorosa al medio centenar de millones que fallecieron por la mal llamada gripe española. Corrobora al médico Anthony Fauci, en su alto cargo durante seis gestiones presidenciales, de que una vacuna estaría lista, solo para inicios de 2021.
Sin embargo, vale citar el caso de Brasil. Tenía uno de los mejores sistemas de salud, hasta que llegó un gobernante demagogo y prejuicioso que consideró “gay” a los barbijos. Calificaba al virus mortal como una “gripita”: ¿seguirá tomando antigripal ahora que está infectado? Según la publicación Foreign Affairs, hoy Brasil es un paria de la pandemia, con una de las más altas tasas de contagiados y fallecidos por el coronavirus que se esparce como un incendio forestal de los que son afectos. Dice Foreign Affairs que, copiando ocurrencias de Donald Trump, Bolsonaro critica la distancia social recomendada para evitar el contagio, minimiza la amenaza viral, y recomienda panaceas para curarse. Más aun, ha nombrado a una veintena de militares, “con poca o ninguna experiencia en salud pública” a cargos ejecutivos en el Ministerio de Salud brasileño.
La mayor parte de la población boliviana es iletrada. Su infraestructura sanitaria es penosa, especialmente después de 13 años de vacas gordas de Evo Morales, que prefirió comprar satélites y aviones millonarios, construir museos y palacios megalómanos, y dar curso al malgasto de los recursos del pueblo en repartijas corruptas.
Pero la moraleja del caso del gigante vecino es que no son suficientes los hospitales y equipos sanitarios, sino que además es menester tener una ciudadanía que no elija malos gobiernos. Brasil es un claro ejemplo. Con una cobertura del 78 por ciento de su población en un efectivo sistema universal de salud pública, ya lamenta 61.000 decesos por coronavirus.
Al presente, Bolivia está en la disyuntiva de realizar elecciones el 6 de septiembre próximo, aunque la creciente pandemia de la Covid-19 lo desaconseja. El interinato de Jeanine Añez se desdibujó con su candidatura, y la de otros, a ser elegidos como presidentes. Eso evidenció que tal vez la gente está cansada de mandamases corruptos y lo percibe como otro relevo de pícaros.
Peor aún, la plaga está infectando cada vez más a ricos y a pobres, al extremo que lo poco de virtual que se está practicando en el país se exhibe en el contrasentido de que la Presidenta y algunos ministros gobiernan desde sus confinamientos, y Evo Morales sigue con su cháchara subversiva, ahora balbuceando desde un televisor en la Asamblea, mientras espera su bife de chorizo en Buenos Aires.
En lo que a mí respecta, objeto el video de un cambita, autoridad en su pueblo, que escuchó en una radio paceña del desinfectante de gel y alcohol: recetó el gel para el jopo de los “pelaos”, y el alcohol para que se emborrachen los adultos. En su inopia, gran parte de la gente debe entenderlo así aunque mueran con la hambruna que vaticina la Organización de Naciones Unidas (ONU).
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO