Mueren los partidos tradicionales
El mes de octubre ha servido para recordar no sólo las cuatro décadas de vigencia del sistema democrático (con sus luces y sombras), sino también la muerte de los partidos políticos tradicionales. La primera vez que se menciona a los partidos políticos en Bolivia fue en el Reglamento Electoral de 1908 y las primeras agrupaciones fueron los conservadores y los liberales, formados luego de la Guerra del Pacífico, que dominaron la vida política hasta mediados del siglo XX.
La Revolución de 1952 reconoció el sufragio universal e incorporó a los sectores mayoritarios de la población a la política nacional. Lo más relevante fue que los grupos excluidos accedieron al voto, en una competencia abierta y bastante imparcial, y se impuso libremente la voluntad individual. En la medida en que la sociedad evoluciona y ejerce sus derechos políticos, se avanza en el plano igualitario y en el reconocimiento de los derechos de la mujer, aunque el régimen no era auténticamente pluralista o liberal.
El control absoluto del poder por parte del MNR se extendió por 12 años, entre 1952 y 1964, cuando Víctor Paz fue derrocado por las Fuerzas Armadas y el poderoso partido comenzaba a fraccionarse. La división interna no fue, precisamente, por cuestiones ideológicas, sino por la conformación de las candidaturas, el caudillismo reinante y la sucesión presidencial. El MNR encaja en la categoría de “partido hegemónico pragmático”, que tenía como objetivo “ganar de todas formas las elecciones” y hacerse del control total del aparato estatal que usaba y abusaba en todo sentido.
El MNR creó la estructura partidaria más grande y compleja de la historia política boliviana. Los líderes fundadores (Víctor Paz, Hernán Siles, Walter Guevara, Juan Lechín, entre otros) influyeron medio siglo (directa o indirectamente) en el quehacer político nacional. Aunque el MNR concentraba el poder en la dirección nacional, con tendencias ideológicas dinámicas y un vigoroso movimiento popular, ofreció oportunidades a dirigentes locales o sectoriales para crear sus propias parcelas de poder.
El MNR ganó tres elecciones presidenciales (1956, 1960, 1964) con mayoría absoluta de los sufragios. Llegó a obtener al menos 75% y una diferencia de 60 puntos con respecto al segundo competidor de entonces. En la elección de 1956, Hernán Siles Zuazo recibió el 84,2% de los sufragios y dejó en un segundo lugar a Falange Socialista Boliviana (FSB). Este partido llevó las banderas de la oposición, se convirtió en el acérrimo adversario en un sistema que funcionó como un bipartidismo desequilibrado y competía en todos los escenarios políticos.
En la medida en que el MNR y “el maravilloso instrumento del poder” copaban el Estado, se imponía el clientelismo y el prebendalismo, echando mano a los recursos del Estado para favorecer a sus candidatos, manipular el voto y limitar las tareas de los opositores en las zonas rurales (al estilo de Evo Morales en el Chapare cochabambino). Y aunque tenía mayoría absoluta, el MNR manipulaba los comicios electorales y en las ánforas aparecían más papeletas que votantes registrados. El abuso de poder y el fantasma del fraude han sido una constante a lo largo de la historia boliviana.
Entre 1985-2003, tres partidos políticos dominarían claramente el escenario político: el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), Acción Democrática Nacionalista (ADN) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). En el MNR Hernán Siles Zuazo acababa de dejar el escenario y Víctor Paz Estenssoro se aprestaba a iniciar su última presidencia, a la vez que construía la imagen de su sucesor desde el gobierno: Gonzalo Sánchez de Lozada.
Sin embargo, el poder de convocatoria basado en la estructura clásica de un solo partido fue progresivamente sustituido por una maquinaria electoral, en la que la elección presidencial terminará dependiendo de millonarias campañas mediáticas y cada vez más alejada de la calle y de las bases partidarias. Y como el poderoso MNR comenzaba a erosionar, buscó alargar su agonía y tuvo que conformar alianzas para conservar ciertos espacios de poder y entonces comenzará la era de la democracia pactada, llega el siglo XXI y, con él, el fin de los partidos tradicionales.
Columnas de WILLIAM HERRERA ÁÑEZ