Día del Periodista
Ayer, 10 de mayo, se conmemoró en Bolivia el Día del Periodista, como ocurre desde hace 87 años, cuando en 1938, el dictador Germán Busch decidió dedicar la fecha a los trabajadores de la prensa reconociendo su labor como una profesión y concediéndoles el derecho a la jubilación.
También en esta misma fecha, pero de 1865, otro dictador, Mariano Melgarejo, condenó a muerte a Cirilo Barragán, uno de los precursores del periodismo moderno en nuestro país, y al poeta Néstor Galindo.
Ambos fueron eliminados por expresar, mediante la prensa el primero y de la creación literaria el segundo, sus opiniones adversas al régimen de entonces.
Es que actitudes aparentemente tan opuestas como el afán de congraciarse con los periodistas, o el de eliminarlos, tienen en común el deseo de neutralizar la mirada vigilante y crítica y ocurren en todas las épocas.
Sea coincidencia o no, lo cierto es que ambos hechos, cada uno a su manera, son todo un símbolo de las múltiples facetas que suelen tener en todos los tiempos y en todas las latitudes las conflictivas relaciones entre el poder político y la labor periodística.
Felizmente en Bolivia ya ningún gobernante puede afrontar las críticas de sus adversarios con la severidad con que lo hizo Melgarejo. Ya ni siquiera son concebibles métodos como los que por similares razones se emplearon para acallar a Los Tiempos, en 1953, cuando nuestras instalaciones fueron totalmente destruidas.
Sin embargo, sin llegar a esos extremos, ni los periodistas ni las empresas periodísticas están libres de las presiones de quienes quisieran poder actuar lejos de la mirada vigilante de los periodistas y por consiguiente de la sociedad
El presente es más complejo, sobre todo si se considera la magnitud de los cambios en la comunicación masiva y en la interpersonal, que ahora se confunden como resultado de la tecnología y la interconectividad.
Los resultados de esas innovaciones, además de la irrupción de la inteligencia artificial que parece poder suplantar cualquier talento y experiencia, nos interpelan y plantean nuevos desafíos: vigilar la desinformación y acercarnos a nuestros públicos, aprendiendo a vencer la sobreabundancia de banalidades que distraen de aquello que es trascendental para la colectividad.
Esos desafíos evidencian la necesidad permanente de mantener vigentes y vigorosos los principios del periodismo libre, serio y confiable, alejado de las tentaciones y de los temores. Es una tarea de todos los días que nunca perderá actualidad.
Por eso hoy, como todos los años, Los Tiempos, en su doble condición de equipo de periodistas y empresa periodística, renueva su firme voluntad de perseverar en la defensa de las libertades sin las que sería imposible servir idóneamente a la sociedad a la que nos debemos.