Flameos de banderas independentistas en territorio alteño
La revelación contemporánea de nuevos hechos, hace que la historia tradicional, retire paulatinamente el manto de su “verdad”, de la cual era presa a través de los tiempos. Una inicial evidencia de ello, es el rol del territorio alteño, en su firme e íntegro tributo para la proclamación de la Independencia del Alto Perú (hoy Bolivia).
A principios del siglo XIX, la población del territorio alteño, era exigua y sin ningún impacto, emplazadas en las haciendas y comunidades rurales, sin embargo, el estratégico espacio geográfico, sirvió ineludiblemente como escenario, para fortalecer el ideal de copiosas generaciones patriotas, enarbolando su inquebrantable afán: una nueva patria libre y soberana.
Los emblemáticos hechos de 1781, conocidos como “El cerco a La Paz”, representaron inobjetablemente, el principio del fin, de la hegemonía del régimen colonial en el Alto Perú, y el inicio contundente para la construcción de una nueva nación. El desbande revolucionario indio de El Cerco (no derrota), se debió principalmente, a los perjurios y delaciones que se gestaron al interior del mismo. Sin embargo, había logrado el tambaleo y desequilibrios administrativos del régimen español.
Hechos posteriores a ese alzamiento en territorio alteño, contribuyeron de manera determinante a la pretensión independentista de los patriotas. El 25 de octubre de 1809, pasó a la historia como el primer enfrentamiento bélico entre patriotas y españoles, el gallego Gabriel Antonio Castro curiosamente dirigió a los patriotas contra y el ejército de Manuel Goyoneche en la “Batalla de Chacaltaya”. Huidos los patriotas, sus cabezas fueron clavadas en las picas de Alto de Lima y Altos de Potosí.
Más de un año después, el 10 de abril de 1811, Vicenta Juaristi Eguino, se trasladó a territorio alteño, para recibir a su hermano Pedro, que fungía “integrante de la expedición (Ejercito Auxiliar
Argentino) comandado por Juan José Castelli Villarino y el coronel Antonio Gonzáles Balcarce”. (1)
Los patriotas que asumieron como estrategia militar la “Guerra de Guerrillas”, modalidad que les permitió utilizar el vasto territorio alteño como espacios de beligerancia. “El 15 (agosto de 1811), se presentó un ‘golpe de indiada’ en los caminos del Alto Lima y Potosí, quedando cortada la comunicación de la ciudad…el 20 y 21 de agosto, los rebeldes mataron a algunos viajeros, colocando sus cabezas, como los españoles lo habían hecho antes, en horcas elevadas en el Alto de Potosí…” (2). Ese hecho inició el segundo “Cerco a La Paz”, casi con similares características a la del primero de 1781.
Tiempo después, el Teniente Coronel Pinelo y el presbítero Ildefonso Escolástico de las Muñecas, en septiembre de 1814 “se reunieron en ‘Los Altos de la Ciudad’ para organizarse y hacer frente a las fuerzas del Gobernador-intendente español Gregorio de Hoyos Fernández de Miranda García del Llano, marqués de Valde Hoyos. (3)
Más de dos semanas después: “... el 15 de octubre (1814), Pinelo y Muñecas dispusieron el regreso de sus tropas a las alturas de Chacaltaya, desde donde hostigaban a la fracción dirigida por el coronel Juan de Dios Saravia que tomó posesión en La Ventilla...la situación permaneció estacionaria hasta el 1ro. de noviembre cuando Ramírez se le unió a Saravia. Al día siguiente el brigadier resolvió dar batalla a los patriotas produciéndose el enfrentamiento en el Alto...el resultado era previsible...”. (4)
Otro pasaje histórico hizo referencia a: “Replegados los restos de la expedición cuzqueña después de la derrota del 2 de noviembre de 1814 en el Alto de La Paz, hacía el Partido de Puno del bajo Perú, la personalidad del caudillo Ildefonso de la Muñecas, en vez de perderse en el anonimato de la derrota, se perfila como uno de los más intrépidos Caudillos del movimiento revolucionario de la época”. (5)
Uno de los realistas más sanguinarios que conoció esta etapa, fue la presencia de Mariano Ricafort Palacín y Abarca, que llegó el 25 de octubre de 1816, a la Ceja de El Alto de La Paz, desde donde sentenció: “pobre pueblo de indios, no dejaré piedra sobre piedra, ni más tesoros que lágrimas”. (6). E hizo todos los esfuerzos para que así fuera.
Virtualmente, el poder español a estas alturas, ya menguaba. “El 6 de agosto de 1823, cuando la división de Santa Cruz, llegó a El Alto y cuando sus tropas tomaron los caminos que conducen a la ciudad, un gentío enorme se apresuró a salir al encuentro de los patriotas”. (7)
Un mes después, uno de los acérrimos defensores del fundamento español, “El general Pedro Olañeta, se presentó en El Alto … septiembre de 1823 y antes de atacarla envió un parlamentario intimando rendición al intrépido guerrillero Lanza, quien se negó a deponer las armas...Lanza viendo que sus tropas eran diezmadas por la enorme superioridad de las armas realistas, tuvo que emprender retirada...”. (8)
Casi en el corolario del proceso independentista, “El 7 de febrero de 1825, cerca del medio día, el Mcal. José Antonio de Sucre, fue recibido por la población en los “Altos de la Ciudad”, para su ingreso triunfal a la ciudad”. (9)
Finalmente, en agosto de 1825, el cronista encargado de registrar las incidencias, que fueron hechos públicos en la “Imprenta del Libertador”, describió la recepción del Libertador en territorio alteño: “La Municipalidad que estaba aguardando a S.E. en el alto, le presentó allí un hermoso caballo, cuyo aderezo tachonado con piezas de oro aumentada su bizarría. Reunido en este punto todo el acompañamiento, era un espectáculo muy bello el que presentaba la bajada que conduce a la ciudad...La bajada de El Alto fue para Bolívar, una marcha triunfal”. (10)
Los apuntes precedentes sueltos y aislados, evidencian categóricamente la contribución efectiva y militante de este espacio geográfico a la causa patriótica, es decir, que el territorio alteño en la misión independentista ¡siempre estuvo de pie!. Y ese fue el legado.