La encrucijada
Cuando la señora. Jeanine Áñez tomó la decisión de convertirse en candidata, asumió un riesgo fruto de la raíz de su asunción y de la naturaleza intrínseca que representó la caída de Evo Morales y la rebelión de las pititas. Esa asunción no puede minimizar la óptica ciudadana y el papel que desempeñó la gente en las calles. Ahí radicaba su fortaleza. Tuvo legitimidad legal como parte de un proceso de rearticulación del aparato institucional del Estado, el cual durante años fue distorsionado, al extremo de casi hacerlo desaparecer.
Esa legitimidad legal estuvo acompañada de una de las manifestaciones más genuinas que tocó desarrollar a la sociedad civil, aquella que de manera absolutamente transparente se gestó en las calles pidiendo un cambio, y que permitió que hoy Áñez sea presidenta. Ella no tuvo ningún otro mérito que el estar en el momento adecuado, en el lugar adecuado y con las renuncias adecuadas. De miembro de la directiva de la Cámara de Senadores a Presidente, con la misión de lograr un proceso electoral transparente y de facilitar la sucesión constitucional como es deseo de todos. Eso sí, y lo dije, también con el deber de gobernar, porque la transición genera responsabilidades legales por acción y por omisión. En el camino, afloraron intereses partidarios, por lo que no fue extraño que su entorno apalanque un discurso donde la Presidenta de la transición se convirtió en candidata.
También lo dije, ese es un derecho legítimo que nadie puede cuestionar. Son opciones que la voracidad y el apetito de poder generan en esquemas que siempre se gestan en torno a los caudillos o los líderes coyunturales. Lo que esa estructura no pudo leer fue la llegada de la pandemia y el catastrófico sistema de salud que dejó el masismo. Lo que vino después trajo consigo un sin fin de interrogantes que parten desde la gestión del conflicto hasta la participación de funcionarios de primer rango en la toma de decisiones.
Simple, con la aparición de la Covid-19 y las dificultades de la gestión, con aciertos que los hay y deben ser subrayados, errores que existen y yerros incalificables, hoy, la Presidenta atraviesa su peor momento. Estamos ante una mujer presa de la coyuntura y de situaciones de gravísimo impacto, más allá de que no haya duda de su valentía al tener en frente una implacable oposición masista y no masista, además de actores internos que, hacia fuera, le restan en lugar de sumar.
Probablemente hoy las críticas a su gestión no hubiesen sido tan duras como consecuencia de la pandemia si su rol se circunscribía a gestar la transición. Probablemente los casos de corrupción que se denunciaron y con los cuales fui muy crítico por el revés que significó a la confianza depositada desde las calles, de no haber existido, hubieran mostrado otro escenario. Hoy la realidad es distinta, y al serlo, espero por el bien del país que a la señora Áñez le vaya bien, y que el Gobierno que venga, con o sin ella, conduzca el Estado como debió habérselo hecho hace14 años.
El autor es abogado
Columnas de CAYO SALINAS