Añoranzas de una redacción de locos
Dicen que cada redacción de prensa tiene su propia dinámica y que puede llegar a ser un mundo de locura ahí dentro. El piso 3 de Los Tiempos era el manicomio perfecto hace más de un año.
El reloj marcaba las 14:20 y los periodistas, editores, fotógrafos y demás comenzaban a llegar, cada uno haciendo sentir su ingreso. Con el periódico bajo el brazo atravesaban la puerta de cristal para entrar al lugar donde sentía que resolvían algunos problemas del mundo, al menos del país: parte de ese complejo de capos que tenemos los periodistas.
A las 14:30 los editores entraban en reunión, a seguir resolviendo los problemas del país, y un pequeño recreo se generaba en el resto de la sala de redacción. La máquina de café, elemento indispensable que nos dimos el gusto de “amollar” para tener una eléctrica de expreso, sonaba mientras irradiaba su particular aroma.
Los que se encargaban de la web discutían sobre las notas subidas. Siempre era curioso que el chisme sobre alguna modelo era la nota más leída, dejando atrás a alguna investigación periodística de los colegas.
Por el área de los diseñadores gráficos era una especie de chacota: los periodistas peleaban para que sus maquetas sean las primeras en diseñarse, mientras salían bromas picantes o bobas que sacaban más de una carcajada. Y un “shh” de fondo, de aquellos que ya estaban empezando a concentrarse.
Y es que todos tenían su nivel de locura; los que se apasionaban con el fútbol, quienes tarareaban una canción mientras escribía, el relajo en el sector de foto, los más corchos, aquellos cuya risa se sentía hasta en el piso 11, bueno cada uno con su respectivo tornillo suelto.
Pero desde las 15:30 las risas cesaban un poco, aunque eso dependía si había torneo de Champions en la tarde, y lo que se escuchaba era el tecleo de las notas que al día siguiente saldrían.
Claro que no faltaban las riñas, a veces el mal ambiente. Pero luego de un año, hasta eso extraño. De pronto, sentí la nostalgia de esas tardes de trabajo. Pasé más tiempo en esa sala de redacción que en mi casa en los últimos siete años, y no me arrepiento ni un segundo.
Ahora pienso en el dolor que podría ser volver a trabajar ahí. Pienso en la gente que ya no ocupará su asiento y el vacío penetra. La dinámica también sería otra, pues ahora el enfoque es para ser un medio más digital y, claro, eso implica reinventarnos como periodistas. Retos distintos y una mirada diferente en los intentos de resolver los problemas del país.
La nostalgia es profunda. Pero lo mantengo, no me arrepiento ni un segundo de ser periodista, ni un segundo de ser parte de Los Tiempos.
El olor de café ahora inunda mi casa nada más, mi gata y mi pareja son mis blancos de discusión sobre los temas de coyuntura. Mi cafetera no suena igual a la del periódico. Mi mesa no tiene a mis colegas con quienes comparto las risas y la cercanía de los muros de mi sala me muestran lo pequeña que es esta mi salita de redacción, solitaria y con solo una loca periodista que ve un mundo con más problemas por resolver.
La autora es periodista
Columnas de LORENA AMURRIO MONTES