Un gobierno sumiso y sin ideas
Tenían el camino llano para arrancar con una gestión basada en sus discursos inaugurales. Las condiciones estaban dadas, y el 55 por ciento obtenido en las urnas era el respaldo que les dio el soberano para que puedan gobernar para todos. Ese porcentaje no fue solo voto masista. A él se sumó la población que quería fuera del poder al aprendiz de caudillo que durante catorce años impuso su capricho y dio rienda suelta al despilfarro.
Arce y Choquehuanca sabían sobre la delicada tarea que les esperaba. Los dos tenían la experiencia y fueron parte de la burla y la dilapidación. Uno como ministro de Economía y el otro como canciller. Cada uno vivió en carne propia, el rol de empleado público subordinado al capricho de sus antecesores; esos que recurrieron al desconocimiento de normas, y montaron un fraude monumental para intentar perpetuarse en el poder.
En octubre de 2020, ellos no fueron elegidos para seguir con la confrontación y el abuso, y menos como maquilladores para lavar la imagen del que había huido cobardemente después de provocar el desastre y dejar a Bolivia acéfala y sin gobierno durante varios días. El soberano voto por ellos creyendo en el cambio y con esperanza. ¡Sí! con la esperanza de que otro tipo de gobierno era posible. Un gobierno libre de odio y resentimiento.
Arce y Choquehuanca son incapaces de atender el deseo de los que les otorgaron esa tarea tan delicada. Cerraron sus oídos y sus mentes para concentrarse en echar la culpa de todo al Gobierno transitorio, ese que en medio del desastre heredado de los que huyeron, y de la pandemia que no daba tregua, hizo posible la realización de elecciones democráticas, en las que ellos fueron elegidos.
Necesitaban solo un poco de tino, y eso no era mucho pedir. Cuando tomaron las riendas del gobierno, las heridas provocadas por el abuso, por el fraude y por el enfrentamiento entre bolivianos estaban frescas y sangrando. Ellos tenían la oportunidad para enmendar esa injusticia, y para eso no necesitaban reinventar la pólvora. La fórmula era tan sencilla: todo giraba en función de la voluntad de abrirse al diálogo y la concentración.
Se inclinaron por el patrón basado en el odio, en el racismo, en el victimismo, en el resentimiento, en la mentira, en la demagogia, en la persecución, en la confrontación y en la imposición de ideas a palo. La fórmula que tuvo vigencia durante catorce años fue adoptada de todo. La sumisión se impuso a la razón, quizás debido a la costumbre y al temor de ser despedidos en cualquier momento; sin caer en cuenta que ellos tienen la legitimidad otorgada por el soberano.
Hoy, Bolivia tiene más heridas. La gente está nuevamente en las calles, exigiendo libertad y respeto a sus derechos. Ese soberano quiere que el gobierno que les prometió respeto, concertación y vivir bien, les escuche y deje de atentar contra su subsistencia, aprobando leyes que amenazan con ahogarf al ciudadano de a pie, en un país donde el 80 por ciento de la población gana su pan día a día, zambullido en la economía informal.
Bolivia es un barco a la deriva. El soberano ve con desazón, cómo la esperanza en sus gobernantes se apaga lentamente. La ciudadanía observa con recelo, cómo el dúo de inquilinos de la Casa Grande ha optado por seguir aplicando el libreto del mal llamado socialismo del siglo XXI. Ese grupo de fanáticos que obedecen al estado proxeneta cubano. Ese que desde la caída de la Unión Soviética, y para prolongar su estado parasitario, clava sus colmillos en la yugular de los autócratas latinoamericanos.
Las venas abiertas de Latinoamérica no habían estado tan abiertas al imperialismo estadounidense, como se lamentaba el llorón Eduardo Galeano en su libro. La sangre que corre por ellas había estado reservada para saciar el apetito de la élite parasitaria cubana. Esa que desde hace 60 años, repite un libreto desgastado sobre una revolución que nunca existió, y si la hubo, fue para reemplazar a un grupo privilegiado de traje, corbata y rostro afeitado; por otra de uniforme verde olivo, y barba piojosa y desarreglada.
El autor es especialista en integración y gestión de conflicto
Columnas de RUBÉN CAMACHO GUZMÁN